La Agenda Televisiva
Diversidad Cultural o Propuesta Global?
Por: Delia Crovi Druetta,
Maestra e investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM
Pensar hoy en día en una civilización global como unidad de la diversisad, nos conduce directamente a reflexionar acerca de la centralidad que los medios masivos de comunicación tienen dentro de ese proceso. No son actores únicos, pero si insoslayables, en especial los electrónicos y dentro de ellos la televisión por ser el de mayor cobertura y penetración.
«(…) tendremos que añadir otra función a las ya conocidas de los medios: la función de articulación. Los medios suministran a la gente las palabras y las frases que pueden utilizar para defender un punto de vista. Si la gente no encuentra expresiones habituales, repetidas con frecuencia, en favor de su punto de vista, cae en el silencio; se vuelve muda», dice Elisabeth Noëlle-Neumann
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Sin duda cuando hablamos de procesos de globalización, es la televisión la que ejercer un lugar de privilegio en esa función de articulación. Hay quienes piensan que Internet o las promisorias carreteras de la información, están desplazando a la televisión. En cierta forma esto es cierto, ya que según algunas fuentes la televisión invirtió 50 años en conseguir la penetración influencia que hoy día tiene, mientras que Internet lo logró en tan sólo 14
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «(2)#(2)»
. Sin embargo, a mi juicio el contenido televisivo es el que mejor se ajusta a esa ilusión globalizadora de lo cultural, y es por ello que será el sujeto principal de estas reflexiones.
Creo que es en la pantalla casera donde se da, de manera más nítida, esa tensión permanente entre lo global y lo local, entre unidad y diversidad. Su análisis es complejo, ofrece diversos puntos de aproximación, algunos muy contradictorios. Intentaré abordar sólo algunos de estos puntos.
En los últimos años, la televisión (tanto la mexicana como la del resto del mundo, cada una con sus particularidades), ha experimentado un profundo proceso de cambio en el que establezco tres ejes sustantivos, interrelacionados entre si:
1. Desplazamiento del modelo de televisión pública por el de TV privada.
2. Alianzas de capitales multinacionales que fortalecen los monopolios y oligopolios mediáticos.
3. Cambios sustantivos en la integración de la programación televisiva, como producto de la lucha que desarrollan los dueños de las empresas mediáticas por ganar audiencia.
Veamos cada uno de ello, no sin antes mencionar que de estos ejes, quizá el que más ha sido estudiado es el segundo, o sea, las alianzas de capitales trasnacionales.
1. La Televisión Privada Desplaza a la Pública.
El desplazamiento del modelo de TV pública por el de televisión privada, es un fenómeno que se ha dado en todo el mundo, aunque bajo formas diversas. Este proceso va mucho más allá de la simple privatización de los canales que pertenecían al Estado. Involucra también un modo de hacer televisión y de concebirla, ya que mientras para la TV pública este medio debe brindar un servicio comunicativo a su comunidad, para la privada su razón de ser está en la ganancia.
En México, como sabemos, las pésimas condiciones financieras del Instituto Mexicano de Televisión, IMEVISION, fue uno de los argumentos que dieran origen al proceso privatizador. Sin duda en su corta vida IMEVISION había sido modelo de dispendio y mala administración, por lo que ese fue un argumento muy válido, aunque insuficiente.
Y fue insuficiente porque la privatización de los canales en manos del Estado no se explica sólo por razones de orden económico. La venta de las televisoras fue acompañada por otros aspectos, como flexibilizar en muchos sentidos la lectura de la legislación vigente en materia de medios masivos de comunicación, aumentar la compra de programas producidos en el exterior y cambiar la tónica general de los contenidos televisivos, tema sobre el que volveré más adelante.
No voy a referirme a las peripecias del proceso privatizador llevado a cabo en México, acerca del cual existe mucha información. Sólo recordaré que como producto de ello las cadenas 7 y 13 del Estado se vendieron a la empresa Televisión Azteca, canal 22 pasó a ser un canal cultural, mientras el 11 conservaba su mismo sistema de propiedad y Televisa seguía con sus cuatro canales, aunque con la ventaja de haber recibido de manos de la Secretaría de Comunicación y Transportes, la autorización para operar 62 repetidoras, que hicieron del 9 una red nacional.
Sin embargo, hubo dos tipos de privatizaciones: la abierta, anunciada mediante licitación pública del 7 y el 13; y otra, evidente pero más disimulada, según la cual tanto el 11 como el 22 comenzaron a incluir publicidad bajo el ambigüo sistema de patrocinio. Esto nos da como resultado un cambio total porque en estos momentos todos los canales abiertos que se transmiten desde el Distrito Federal están, de algún modo, sujetos a la tiranía publicitaria.
El proceso privatizador implicó asimismo, quitar fuerza a las televisoras regionales que venían en un camino ascendente, reduciéndolas en muchos casos a voceros de los gobiernos estatales. En este sentido, es la propia por Secretaría de Comunicaciones y Transportes quien proporciona datos muy esclarecedores: entre 1988 y 1994 las estaciones de TV concesionadas a particulares (con fines de lucro) pasaron de 129 a 301, mientras que las permisionadas (sin fines de lucro) se redujeron de 276 a 110
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Teóricamente, al redefinirse el papel del Estado en materia de televisión, no sólo se reduciría el gasto público en este rubro, sino que se estaría regresando al conjunto de la sociedad su acceso a la producción televisiva. Dicho en otros términos, la libre competencia del mercado en el ámbito televisivo, se reflejaría en una mayor pluralidad de expresiones dentro de las programaciones, gracias a propuestas que provendrían de diversos sectores sociales. Sabemos que en la práctica esto no se ha dado. Las razones son varias.
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En primer lugar, las producciones televisivas independientes o representativas de grupos sociales plurales no han logrado un mayor acceso a la televisión existente que, por otra parte, ha experimentado modificaciones que no van en el sentido esperado. En efecto, la televisión abierta no aumentó su oferta. El único cambio notorio se produjo en 1995, con la aparición del canal 40, de cobertura limitada por transmitir en la banda de UHF. Como contrapartida, la televisión de paga ha aumentado sustantivamente su oferta al pasar de 9 canales en 1989 a 51 en 1996. Sin embargo, cabe señalar que en 1995 en la ciudad de México y su área conurbada, apenas el 8.2% de la población recibía los servicios de la TV de paga vía cable o señal restringida, quedando el resto a merced de los anuncios que sostienen a los canales abiertos
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Tenemos entonces que el nuevo modelo, a través de la televisión aérea o abierta, estandariza su agenda de contenidos, buscando una suerte de civilización global, una especie de hilo conductor común a todos los telespectadores, cualquiera sea su condición social, o sea, la ya mencionada función de articulación. Sin embargo, al mismo tiempo, a partir de la televisión de paga cuyo acceso está restringido a pequeños grupos de la sociedad mexicana, diversifica su oferta temática no sólo aumentando el número de canales, sino en sus formatos y procedencia de los programas.
2. Las Alianzas Trasnacionales
Este segundo eje de análisis está profundamente vinculado con el primero. En todo el mundo las tendencias privatizadoras se caracterizan por fortalecer a los oligopolios nacionales y trasnacionales, facilitando sólidas alianzas económicas.
Históricamente, los sistemas de propiedad de los medios, sus dueños y los grupos que los detentan han sido los más estudiados. Por esa razón no insistiremos una vez más sobre su importancia. Basta recordar, a modo de ejemplo, algunos de los acuerdos suscritos con grandes empresas trasnacionales por las televisoras abiertas privadas de México: Televisión Azteca con Telemundo y sus intentos de alianza con NBC; Televisa con O Globo, News Corporation y TCI además de su vinculación anterior con Univisión, Argentina ATC, Galavisión, entre otras; o Canal 40, emisora que de inicio integra capitales trasnacionales (mexicanos del Grupo Promotora de Empresas, Antena 3 de España, Artear de Argentina y de la agencia Reuter).
En el ámbito de la TV de paga, a pesar de su escasa penetración, las alianzas no han sido menos sólidas, en especial a últimas fechas para la explotación del servicio de Televisión Directa al Hogar, donde varias empresas han iniciado una ardua lucha con el fin de ganar audiencia para sus proyectos. Entre ellas destacan:
a. Direct TV Latinoamérica, formada por Multivisión de México, Hughes Communication de Estados Unidos, TV Abril de Brasil y la Organización Cisneros de Venezuela;
b. Sky, de Televisa con las ya mencionadas O Globo de Brasil, News Corporation y TCI, ambas de Estados Unidos;
c. Telered, perteneciente a Medcom, empresa mexicana que hasta hace pocos meses manejara al grupo Radio Red, la cual según se afirma se ha aliado a Carlos Slim, dueño de Teléfonos de México y accionista de Cablevisión, y
d. Direct TVI, empresa perteneciente al grupo de radiodifusoras ACIR de México
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La técnica general de estas alianzas es ganar audiencias, pero este propósito tiene muchas aristas.
«(…) la concentración de medios de comunicación está relacionada con cuestiones económicas, tecnológicas y políticas. La comprensión de dichas cuestiones debería ser el punto de partida de cualquier investigación que pretenda sugerir políticas de comunicación acertadas. Ciertamente, algunos de los razonamientos sobre el pluralismo de los medios de comunicación son resultado de las perspectivas que reducen los medios de comunicación a negocios convencionales o a sistemas técnicos para la transmisión o a simples instrumentos políticos y culturales»
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En efecto, estamos ante un proceso complejo en el que las razones de índole económica resultan las más obvias, aunque no las únicas. Tenemos por ejemplo que en materia de contenidos las grandes empresas mediáticas con sus fusiones económicas priorizan la distribución relegando la producción, con el consiguiente perjuicio para la diversidad cultural que imponen las producciones televisivas locales. Desde esta perspectiva, es claro que las alianzas de capitales no han hecho más que ir cerrando las puertas a los discursos diversificados que reflejan rasgos culturales regionales.
Como contrapartida, la repetición internacional de canales va tejiendo un hilo unificador a nivel global que simultáneamente permite seguir una telenovela, una serie televisiva o los últimos acontecimientos noticiosos, en las pantallas caseras de Santiago de Chile, Buenos Aires, Tegucigalpa o Panamá. Así, las fuertes alianzas económicas constituyen hoy en día el sólido andamiaje de distribución creado por las multinacionales del audiovisual, que se reconoce como proceso de globalización.
3. ¿Más Unidad que Diversidad?
Desde la perspectiva cultural es el tercer eje de nuestras reflexiones, referido a la programación, el que ofrece mayor riqueza de análisis. Suele ser también el menos explorado debido a las dificultades que representa su estudio.
A mi juicio la programación es el punto de encuentro entre las estructuras económicas y de poder que controlan a las televisoras y su público. Son dos extremos que a pesar de su contacto permanente, curiosamente, se conocen poco. Los receptores saben nada o casi nada sobre los dueños de esos canales a los que cada día entregan horas de sus vidas, al grado que estudios de campo realizados en México muestran que el público ignora cuales son los canales del Estado y cuales los de Televisa o TV Azteca. Esto, entre paréntesis, dice mucho sobre la escasa diferenciación que existe entre ellos. Pero tampoco los dueños conocen bien a bien a sus audiencias, como no sean sus potencialidades como consumidores.
Sin embargo, cada día ambos extremos se juntan, confluyen en la programación, hilo conductor de innumerables
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individualidades que se encuentran en comentarios, información sobre hechos de actualidad o reflexiones que suelen ser simples pretextos para la interacción. La función de articulación ya mencionada o tal vez una suerte de comunicación fática que permite verificar si el otro está allí, compartiendo el mismo mundo, la misma globalidad. Decíamos antes que el éxito de las alianzas económicas se puede medir por el crecimiento de la audiencia, que permite generar más ganancias originadas en la publicidad. Sin embargo, a mi juicio el actual proceso globalizador ha acentuado la función de distribución de los medios, o dicho en otros términos, las fusiones buscan por lo general ganar cobertura y se interesan menos por aumentar la producción televisiva.
Es indudable que el desarrollo tecnológico fue un gran aliado para este cambio de perspectiva. Hoy en día, gracias a la capacidad redistributiva de los satélites, es posible inundar el globo terráqueo con las mismas señales. Pero esto tiene sus costos: no se puede abarcar a un público tan globalizado, sin tener que resignar, en buena medida, lo regional y lo local.
Dentro de las agendas que establecen las televisoras, tanto de noticias como de entretenimiento, se opta entonces por aquellos temas que pueden competir exitosamente en la búsqueda de audiencia. Eco, por ejemplo, elude informar sobre muchos hechos de la realidad mexicana no sólo por razones de índole política, también lo hace para dejar espacio a otros más internacionales.
Las series, las telenovelas, los programas de entretenimiento, los nuevos formatos televisivos (como el talk show o el reality show), tienden a la uniformidad más que a la diversidad. Los matices se dan, en algunos casos, en los usos locales del lenguaje, en los controles sociales establecidos por las normas vigentes (por ejemplo, para la TV mexicana no está permitido el uso de malas palabras o groserías, algo bastante común en la otras televisiones).
Todo parece indicar que es la publicidad donde se gana más espacio para la diversidad. Vemos que, salvo cuando se trata de marcas consumidas internacionalmente de manera masiva (refrescos o algunas bebidas alcohólicas), la publicidad pone mucha atención en ganar su nicho de mercado, es decir, ese segmento preciso de receptores capaces de consumir el producto anunciado. Esto obliga a los productores de promocionales a trabajar con factores de identificación con la cultura local mucho más precisos.
Tras la Revancha
Sin duda la lectura que acabamos de hacer de la tendencia globalizadora marcada por la televisión no deja de ser una realidad. No obstante, creer en su eficacia total sería tanto como regresar a la superada hipótesis de la omnipotencia de los medios. Hoy en día estamos asistiendo a una suerte de revancha por parte de los telespectadores, que no es más que su capacidad de respuesta frente a la propuesta de cultura global que cultiva la televisión.
¿Ambiguo? En efecto lo es, porque el juego entre globalidad y diversidad cultural está presente en la televisión y no siempre se realiza sin conflictos y contradicciones.
En principio, el desafío que presenta la contradicción globalidad-diversidad cultural es estudiar la agenda televisiva desde otra óptica, que nos permita reflexionar y profundizar más allá de los objetivos de lucro que persiguen sus controladores.
Buscando establecer estos nuevos parámetros, durante una semana del mes de marzo de 1995, investigadores canadienses y mexicanos realizamos un análisis simultáneo de programación televisiva en la zona de Quebec y en las ciudades de Monterrey, Guadalajara y México. Los resultados obtenidos fueron sorprendentes
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En ambos países el porcentaje dedicado a programas televisivos extranjeros fue cercano al 42% del total de horas emitidas. Sin embargo, en Canadá pudo verse que desde 1982 a 1994 hubo una mejora en la presencia de contenidos de origen local en la pantalla casera, comprobándose un auge de un 20% en favor de los programas canadienses. En México en cambio habíamos perdido alrededor de un 5% de programación local en favor de la extranjera.
Estas cifras sin duda echaban por tierra las hipótesis del crecimiento sustantivo de la programación extranjera y amenazaban incluso las pretensiones globalizadoras de las empresas mediáticas.
La pregunta es ¿qué está pasando entonces con esa pretendida globalización de la cultura vía las agendas televisivas? Quienes participamos en ese proyecto de investigación, percibimos que no sólo podíamos cuestionar los viejos métodos para analizar la programación, sino que simultáneamente se estaba dando una respuesta-revancha por parte de los telespectadores.
Procedimos entonces a hacer lecturas de carácter cualitativo, en las que corroboramos que los receptores optan por las producciones locales. Por ejemplo, en el caso de la ciudad de México los cinco primeros lugares de rating fueron ocupados por producciones locales, dicho sea de paso, todas de Televisa. Este fenómeno se reproduce en otras localidades: los regiomontanos prefieren ver producciones de Monterrey y en Jalisco los programas hechos en Guadalajara. En 1993 algo similar había arrojado un estudio que realizamos en la televisión de frontera: tanto en Ciudad Juárez como en Tijuana, los receptores afirmaban preferir programas locales (algunos de ellos francamente malos) en lugar de los que se reciben del otro lado, más glamorosos y con recursos productivos mucho más generosos
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Por otra parte, trabajos cualitativos en los que se aplicó la metodología de grupos focales tanto en adultos como en jóvenes, arrojan resultados similares: los receptores prefieren ver producciones locales. Esto no significa, claro está, que la gente no vea El Renegado, Los Simpson o El juego de la Oca, que fueron los programas extranjeros más mencionados en los momentos de efectuar esos estudios, sino que estos no desplazaban a algunas telenovelas mexicanas o a Siempre en domingo.
Vale la pena mencionar también algunos datos que aparecen, de forma paralela en estos estudios, que cuestionan aún más las hipótesis de la TV como instrumento globalizador por execelencia. Uno de ellos es el auge de la radio como fuente informativa y el lugar privilegiado que ocupan los conductores de programas matutinos de noticias en la credibilidad y orientación de los receptores, en detrimento de programas noticiosos de la televisión.
Otro dato interesante es el aumento de programas con participación del público (concursos, reality show, talk show, entre otros), donde los asistentes a riesgo de ser ridiculizados, desafían al medio permitiéndose el peligroso juego de exhibir públicamente sus problemas. Esta exhibición pública, que puede tener un final feliz o reprobatorio, lleva al espectador común a lo público, transformándolo en parte de esa urdimbre conductora de lo anónimo, lo global, pero también los muestra ante lo cercano, el vecino, el amigo, el familiar que ve y oye su participación en TV.
En materia de recepción televisiva, estamos así ante un campo de trabajo ávido de respuestas, que debe ser explorado sistemáticamente y sobre todo, con criterios teóricos y metodologías renovados.
Reflexiones Finales
Quiero concluir estas reflexiones sugiriendo algunos aspectos que a mi juicio el diseño de una política nacional de comunicación no puede pasar por alto:
1. Los cambios operados por los sistemas televisivos han puesto sobre el tapete una asignatura pendiente en materia de medios masivos de comunicación: la legislación. En el caso mexicano, aún cuando se sigue evitando el tema, es evidente que la presión ejercida desde la academia, los profesionales de los medios, los partidos políticos y diversos grupos sociales, está orillando a un cambio inevitable. En este sentido cabe destacar que una política nacional de comunicación debe partir de los necesarios cambios en la legislación, aunque no se agotarse sólo en este aspecto.
2. La nueva estructura que posee la televisión, esencialmente comercial y multiplicadora de señales, propone contenidos que constituyen el hilo conductor de una cultura globalizadora. O dicho de otro modo, los contenidos televisivos ejercen una función de articulación a nivel global, en ocasiones para defender una idea o una opinión de carácter público. Sin embargo, esta oferta unificadora debe ser interpretada en interacción permanente con las fuerzas locales, que ejercen una indudable acción diversificadora. En este sentido, el Estado debería retomar la defensa de las producciones locales y regionales, garantizando su independencia de las grandes cadenas televisivas trasnacionales.
3. La uniformidad de contenidos alcanzada con las alianzas trasnacionales de capitales, está trayendo como consecuencia pugnas entre los grandes grupos mediáticos. En efecto, a partir de producciones locales son ahora estos mismos grupos los que buscan diferenciarse, enfrentándose de manera abierta a sus competidores para ganar audiencias (ej. telenovelas de TV Azteca, la llamada guerra de la televisoras, Cablevisión versus Multivisión, etc.)
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Para impedir que este tipo de competencia se desarrolle en un nivel de agresión, violencia y amarillismo que involucra a toda la ciudadanía, es urgente que el Estado regule y de seguimiento a este tipo de enfrentamientos a través de un órgano de comunicación con amplia participación social.
4. La competencia por los mercados ha llevado también a que el público obtenga algunas ganancias en materia televisiva. En efecto, ante la creciente competencia estamos viendo con asombro que algunas televisoras regresan a la TV cultural o a géneros que fomentan la reflexión y la polémica, ya sea por medio de canales comercializados o dentro de la oferta de la televisión de paga (recordemos los casos de Horizontes, Discovery Channel, CNN, un canal de Noticias sobre América Latina que se está integrando o el propio canal 40, entre otros). Tanto la legislación como el órgano de amplia participación social que mencionábamos en el punto anterior, deben fortalecer esta tendencia.
5. Recuperación de lo público, como un espacio que hasta hace poco estaba vedado para las masas, vedado a esos seres anónimos que se amalgaman en lo que los publicistas llaman segmentos del mercado. Me refiero con esto, a políticas de comunicación que incluyan la recuperación de formas de interacción propias de la comunicación de doble vía: la conversación, los grupos pequeños (llamamos alternativos en los sesenta, hoy ejemplificados con las ONG), o la apertura de espacios para la acción como respuesta a la pasividad que fomenta la televisión privada.
6. Finalmente, esa tendencia de la TV de igualar, mimetizar, para ganar audiencias más amplias ha contribuido a producir una suerte de saturación, que ha llevado a los receptores a buscar en otros medios (Internet, por ejemplo), lo que la televisión ya no les da. Sin duda la apropiación de las nuevas tecnologías permiten una mayor independencia del usuario frente al contenido. Sabemos que estos nuevos medios siguen fortaleciendo el consumo individual, pero han renovado de manera significativa los procesos de recepción lo que sin duda nos plantea nuevos puntos de reflexión. Toda política de comunicación sería hoy deficiente si no incluyera no sólo normatividad sino lineamientos para el uso y la apropiación de los nuevos medios.
El estudio sistemático de la comunicación tiene apenas poco más de 50 años. Un tiempo muy breve si lo comparamos con los cambios operados por las ciencias sociales, el sorprendente desarrollo tecnológico que afecta directamente a la comunicación o la centralidad que han alcanzado los medios en las sociedades modernas cualquiera sea su grado de desarrollo económico. En estos 50 años se han respondido algunas de las preguntas que nos plantean tanto los medios como su influencia social. Sin embargo, son más las que aún no alcanzamos a responder.
¿Qué efectos tiene la televisión a largo plazo? ¿Qué papel está jugando en la formación de una cultura política? ¿Cómo ejerce esa función de articulación social que le atribuímos? ¿Qué sucede durante el proceso de recepción televisiva? ¿Qué papel juega la TV dentro de la globalización? y lo que es aún más importante ¿Cuáles son los aspectos que debe comprender una política nacional de comunicación para que asegure por un lado el libre ejercicio de la expresión y por otro, protega a los receptores frente a los abusos en los que suelen incurrir los medios? son algunos de los muchos interrogantes que debemos responder. A mi juicio, sólo una perspectiva interdisciplinaria seria en la que participen representantes de diversos sectores sociales, puede permitirnos captar la riqueza y complejidad de los proceso sociales de comunicación reflejándolos en una política de comunicación amplia y adecuada a los tiempos en que vivimos.
Notas al pie
(1) Noëlle-Neumann, Elisabeth, La espiral del silencio, Paidós Comunicación, España, 1995, p. 226.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «r1#r1»
Regreso.
(2) Reforma, 28 de mayo de 1996, p. 14.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «r2#r2»
Regreso.
(3) Crovi Druetta, Delia, Televisión y neoliberalismo. Su articulación en el caso mexicano, Tesis de doctorado. FCPyS, UNAM, México, 1996.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «r3#r3»
Regreso.
(4) Crovi Druetta, Delia, op. cit.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «r4#r4»
Regreso.
(5) Crovi Druetta, Delia, Medios de comunicación y gobernabilidad, ponencia presentada en el I Congreso Europeo de Latinoamericanistas «América Latina: Realidades y Perspectivas», Salamanca, España, junio de 1996.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «r5#r5»
Regreso.
(6) Sánchez-Tabernero, Alfonso. «Concentración de la comunicación en Europa», Centre D’Investigació de la Comunicació de la Generalitat de Catalunya y The European Institute for the media, España, 1993, p. 32.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «r6#r6»
Regreso.
(7) Me refiero al proyecto de investigación entre la Universidad de Quebec en Montreal y la UNAM, UAM-X, Universidad de Guadalajara, Iberoamericana e Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey que bajo el título Proyecto Monarca, Desarrollo de las industrias audiovisuales de México y Canadá frente al Tratado de Libre Comercio, estamos llevando a cabo desde 1993. Los datos citados fueron tomados del libro Desarrollo de las industrias Audiovisuales de México y Canadá. Proyecto Monarca, Delia Crovi (coord.), FCPyS, UNAM, 1996.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «r7#r7»
Regreso.
(8) Investigación coordinada en 1993 por Soledad Robina, que contara con financiamiento del Fideicomiso México-Estados Unidos, acerca de la televisión de frontera en Ciudad Juárez-El Paso y Tijuana-San Diego, cuyos resultados son inéditos.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «r8#r8»
Regreso.
(9) Cabe recordar que este proceso a la postre trajo como consecuencia en julio de 1996, la conocida guerra de las televisoras, donde tanto Televisa como Televisión Azteca y Multivisión, asolearon algunos trapitos que permanecían ocultos a la opinión pública desde el inicio de las privatizaciones. Estos trapos sucios, no obstante, habían sido denunciados reiteradamente por los investigadores de la comunicación. Una vez más vale la pena recordar aquí a Hinkelammert que sostiene: los medios son como cámaras fotográficas, pueden fotografiar a todo el mundo menos a si mismos.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «r9#r9»
Regreso.
Créditos Fotografías:
El Popocatépetl desde el Sacromonte en Amecameca. Estado de México. Hugo Brehme.
HYPERLINK «http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm» \l «rf1#rf1»
Regreso
El Popocatépetl en erupción desde Tlamacas. Estado de México. Hugo Brehme.
http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n8/crovi4.htm
La cultura global occidental vs lo local oriental
Los Simpson en Arabia seguirán siendo los originales?
Por: Paola Gabriela López Arnaut
HYPERLINK «http://www.mty.itesm.mx/principal.html»
ITESM Campus Monterrey
Palabras Clave: Identidad, Cultura, Globalización, Televisión, Adaptación, Productos Culturales, Imperialismo Cultural.
Objetivo
La finalidad de este trabajo es abordar el fenómeno de la globalización de los productos culturales occidentales que se insertan en una cultura local oriental, en específico el caso de la transmisión de la serie animada Los Simpson en Arabia Saudita y de este modo explicar que a partir de estos intercambios interculturales que llevan significados de lo global a lo local se da la glocalización, fenómeno que ocasiona que las series televisivas sean adaptadas para incrustarse en la cultura receptora de productos culturales extranjeros.
Introducción
Los Simpson, son una serie animada de televisión que retrata a una familia estadounidense disfuncional y que también representa una sucesión sutil de reflexiones sobre la vida cotidiana y la cultura norteamericana. De ahí que para poder ser transmitida en los Emiratos Árabes tuvo que sufrir ciertas transformaciones, por ejemplo Homero se llama Omar Shamshoon , no come donas sino galletas tradicionales árabes llamadas khak, no bebe cerveza sino refresco y tampoco come tocino ni salchichas sino carne asada a la egipcia.
Dichas adaptaciones se llevaron a cabo por causas religiosas pues no hay que olvidar que en Arabia la mayor parte de la población practica el Islam.
Lo poco que sabemos de esta cultura nos llega a través de los medios de información y nos hace pensar que son una sociedad aislada, cerrada y atrasada pero no es así pues el televisor a color en los hogares, inunda con sonidos, imágenes e innumerables mensajes la sala-habitación de las casas. De esta manera cada familia está interconectada ya sea a Los Ángeles, París o Inglaterra y pueden consumir Los Simpson (ahora Al Shamshoon ) , American Idol (Star Academy en Líbano) o Survivor.
Aunque este no es un trabajo que aborde el impacto de la televisión en la vida local de la sociedad árabe, sí está enfocado en la televisión como medio de influencia cultural pues recordemos que el centro de la vida de los Simpson es el televisor frente al cual se sientan cada uno de los miembros de la familia de piel amarilla, a ver la parodia de Tom y Jerry (Itchy & Scratchy en inglés o Tomy y Daly en la versión al español).
Por un lado, Los Simpsons, en su versión árabe, debutaron durante el Ramadan, una época de alto encendido de la televisión de esa región que, por ser un mes sagrado de purificación, las familias están la mayor parte del día dentro del hogar. Por supuesto que la animación original ha sido respetada, pero las voces se doblan al árabe y los guiones de cada capítulo se han adaptado para hacer la transmisión más accesible y aceptable a estas audiencias.
Por otro lado la red de televisión árabe MBC ha hecho otras modificaciones a la serie, por ejemplo el travieso Bart ahora se llama Badr, y el bar de Moe ha sido totalmente reescrito. Otros personajes que han salido del programa son el judío Krusty el payaso y el Reverendo Lovejoy, aparentemente para evitar que “corrompan” al público, además de que la cadena MBC contrató actores árabes para darles voz a los personajes.
Si bien sabemos que la comercialización de estos productos culturales occidentales tienen un fin meramente económico también es importante analizar cómo y cuáles son las transformaciones que sufren los programas de entretenimiento televisivo para acceder a una cultura que es completamente distinta en cuanto lenguaje, tradiciones y religión como es el caso de los Emiratos Árabes. Así aunque el mundo no llegue a convertirse en la “aldea global” que imaginó McLuhan, cada lugar del planeta ya sea rural o urbano se está globalizando a través de los medios electrónicos, en especial por la televisión, la cual muestra una sintetizada visión del mundo e imágenes de numerosas culturas que llegan cada vez con más frecuencia y velocidad a cada poblado, barrio o aldea para ser adaptadas, mezcladas, apropiadas o rechazadas por la cultura que las recibe.
El mercado para animaciones dobladas al árabe es enorme si se considera que cerca de 60% de la población del mundo árabe tiene menos de 20 años y dentro de éstos el 40% menos de 15 años. “La traducción al árabe tendrá un auge inmenso en los próximos años”, comentó El-Hakim, jefa de contenido árabe de MBC. “Somos tan impresionables y aspiramos tanto a ser como Occidente, que tomamos cualquier cosa que creamos es un símbolo o una manifestación de la cultura occidental. Primero fueron las series animadas japonesas como Pokemon y Digimon, pero ahora los estadounidenses han tomado el control”, afirmó.
Al Shamshoon (Los Simpson) se transmiten a diario al principio del horario triple A y han comenzado con la primera temporada del programa. Si tiene éxito, MBC prevé traducir al árabe las otras 16 temporadas. No hay que olvidar que el triunfo de Los Simpsons en Arabia, no sólo depende de cuanta gente los vea o de qué tantos productos de la familia disfuncional estadounidense se compren, sino de la capacidad que tenga la audiencia de apreciar la intertextualidad (la alusión explícita de un texto o programa dentro de otro) de una serie animada que para muchos musulmanes es ajena.
Abriéndole la puerta a la televisión
Si bien es cierto que el mundo se ha convertido, a partir de la industrialización y el desarrollo de la tecnología, en una red de relaciones sociales en donde no solo hay un flujo de mercancías sino también de personas y de significados, es evidente que dichos significados que llegan a diversas regiones a través de la televisión confluyan, se mezclen, se rechacen o se reproduzcan en distintas culturas.
Ahora bien, partiendo del supuesto de que el consumo de televisión tiene un bajo costo económico y que para la mayoría de los televidentes está a su amplia y cómoda disposición dentro de su hogar, el de sus familiares o amigos que visitan, el ver televisión resulta atractivo pues sólo requiere un grado mínimo de esfuerzo y cada vez hay más canales y programas disponibles durante las veinticuatro horas del día. Un aspecto interesante es el acortamiento de distancias pues si antes la información se transmitía desde centros nacionales, ahora la tecnología, los satélites, el Internet hace posible la recepción de programas en todo el mundo y que las imágenes y los mensajes fluyan de manera más rápida hacia todos los rincones del planeta sin olvidar que la programación disponible para los televidentes proviene de distintas fuentes y de innumerables puntos de partida que cubren diversos temas, intereses, orientaciones o preferencias.
Tal vez una de las características más importantes de la televisión es su rostro amigable, su apariencia amena, su influencia cultural y su presencia inofensiva. El hecho de que la televisión aparentemente esté bajo nuestro control y presente puntos de vista poco críticos (por lo menos no tan explícitos), genera que no se le vea como un aparato amenazador, sino al contrario, debido al entretenimiento que ofrece, la diversión y el placer que se obtiene al mirarla hace que casi todas las familias en todo el mundo le abran la puerta de su casa.
Mucho se ha comentado si las imágenes y los mensajes que la televisión transmite causan algún efecto nocivo a la región que llega o si impactan la cultura de la audiencia que las consume modificando así sus actitudes o sus creencias. No es necesario que los mensajes sean resultado de campañas con fines determinados (Salzman, 1997, p. 328), o que se lancen comerciales persuasivos o violentos con el fin de cambiar cierta actitud del televidente, tan sólo pensemos, por ejemplo en las telenovelas que reflejan problemas cotidianos, pero que pueden convertirse en modelos para el cambio de distintos entornos culturales. De ahí que las series televisivas que expresan discursos o dinámicas de una sociedad determinada (la estadounidense por ejemplo), se conviertan en desafíos cuando se transmiten en otros contextos culturales completamente opuestos, como la cultura árabe.
La televisión es de occidente
En el contexto de la globalización los significados culturales de diferentes lugares geográficos, se pueden mezclar entre sí y yuxtaponerse de tal forma que los valores y sentidos que involucra la gente se extiendan más allá del espacio físico. Así la televisión “es un proyecto surgido en Occidente que sigue dominado por los poderes económicos de Estados Unidos” (Barker, 1999) y que también domina los flujos de las programaciones que se exportan hacia otras partes del mundo.
Sin embargo no es mi intención hablar de un imperialismo cultural ni poner en discusión el repetido debate sobre la homogeneización de la cultura, sino dejar en claro que más allá de un obvio imperialismo mediático, los significados que las audiencias sacan de la televisión son impredecibles, contradictorios y heterogéneos pues no sólo los mensajes audiovisuales extranjeros son polisémicos y hegemónicos sino que las producciones propias también lo son y los televidentes de pronto se acostumbran a leer entre líneas tanto el discurso local-propio como el global-ajeno.
Las tensiones entre lo global y lo local saltan a la vista en estos casos donde se le tienen que hacer varias adaptaciones a un producto cultural extranjero para que tenga éxito en otra cultura. Por un lado se tiene una enorme popularidad de telenovelas, noticieros, programas de concursos, deportivos o musicales, construidos con la fórmula hollywoodense, dirigidos a cierto público, tal es el caso de Dallas, The price is rigth, Sesame Street, Big Brother o Los Simpsons.
Pero por otro lado estas mismas series han fracasado al ser transmitidas en otra región, por ejemplo Dallas en Japón. Si bien es cierto que estamos experimentando la emergencia de un estilo internacional que vende ciertos valores, estereotipos y modos narrativos acelerados, también es cierto que en muchos casos se conservan las maneras de hablar regionales, los escenarios locales y los ritmos narrativos lentos, es decir, se tiene que dar (como si fuera una tendencia obligada por factores e intereses económicos de las industrias culturales) una glocalización para que el producto global pueda ser consumido y aceptado en la cultura local en la que se inserta.
Ver los Simpson en Arabia…
Entendiendo a la globalización como ese proceso rápido y complejo de interconexiones entre sociedades, culturas, instituciones e individuos en el mundo (Tomlinson, 1997) que nos hace ver planeta más pequeño, las distancias más cortas y el sentido de que los seres humanos estamos cada vez más cerca y, dentro de una revolución tecnológica centrada en los medios de información, podemos decir que la base material de la sociedad se ha ido modificando de manera acelerada. De ahí que se vea a la globalización como una modernidad que no imponga sino que acepte pluralmente tradiciones diversas (Canclini, 2003), pero más allá de la aceptación, no hay que olvidar que los nuevos recursos tecnológicos no son neutrales ni omnipotentes y la ya mencionada innovación implica también cambios culturales.
Podría decirse que existen antecedentes históricos, desde que empezaron los primeros intercambios entre sociedades de distintas culturas, en las cuales se insertaban elementos ajenos de una y otra para establecer relaciones económicas, culturales, sociales y por supuesto de poder para dominar/controlar en algunos aspectos (o en todos) a cierta sociedad y al mismo tiempo impactar en su identidad.
Pero entonces debemos reflexionar cómo es que un producto cultural ajeno a la sociedad árabe, como es el caso de Los Simpson, puede introducirse a cada hogar durante los días sagrados del Ramadán, cómo le hace la empresa Fox para vender un producto que parodia-critica a la sociedad estadounidense, que se burla de ella y resalta los defectos tanto de los individuos como de la colectividad norteamericana, qué es lo que se tiene que generar para que esta fórmula exitosa de entretenimiento occidental sea también aceptada, transmitida, apropiada, rentable, consumida y divertida en una cadena de televisión oriental que produce y reproduce segmentos de la realidad árabe al mismo tiempo que expone mensajes, imágenes y estereotipos de Estados Unidos quienes, paradójicamente, se han encargado de elaborar un discurso deliberado de la cultura oriental como el opuesto binario de los valores y los usos fundamentales de la sociedad estadounidense.
Es a partir de esto que se debe empezar a plantear el dilema entre lo que es local y lo que corresponde a lo externo o a el contexto mundial. Es como si se hiciera una distinción entre “lo propio y lo ajeno” de cada cultura, sin olvidar que la cultura no es fija sino dinámica, “esencialmente móvil más que estática” (Tomlinson, 2001). Así poco a poco se teje la red de los sistemas internacionales y las distribuciones del poder entre las naciones. Lo que sí es realmente importante es ver cómo los elementos globales luchan, vencen, se enajenan, se imponen para insertarse, hibridarse, salirse o asimilarse en el contexto local. Es ahí cuando se habla de una glocalización o tropicalización del producto.
Se observa que a partir de estas transformaciones tecnológicas, culturales, sociales, religiosas y económicas, lo medios de comunicación han atestiguado igualmente dichos cambios. La televisión ha seguido desdibujando los contornos de la vida pública y privada, los televidentes se convierten en espectadores de dramas de la vida real y los jóvenes son un foco de atención para los anunciantes (Robertson, 2003). Esto no quiere decir que dejemos de ver televisión porque es mala y sus mensajes sean consecuencia de un plan malévolo del Estado o que sus comedias, su frivolidad y sus bromas aunado a su efecto tranquilizante, “hipnotizador” causen un efecto adormecedor en los espectadores como si estuviéramos dirigidos por la vigilante pantalla del Gran Hermano que describe George Orwell en su novela 1984. No, no se trata de eso. Ya bien sabemos las polaridades, los desencuentros y las yuxtaposiciones culturales que causa la televisión globalizada: ganadores vs. perdedores, urbano vs. rural, la distribución de las personas en dominantes vs. marginados, metropolitanos y periféricos (Mattelart y Neveu, 2004).
De lo que se trata es de las percepciones en la experiencia humana, pues la globalización refleja también las consecuencias materiales de nuestros deseos de seguridad y bienestar. Lo que importa aquí es saber hasta qué punto la globalización permite una mejor comprensión de las fuerzas que nos rodean y si asegura que nuestras interacciones globales siguen siendo beneficiosas para unos y perjudiciales para otros.
Lo interesante es estar al tanto de en qué medida un producto cultural ajeno puede afectar la identidad, las costumbres, la percepción o las actitudes en la audiencia que lo consume, conocer si impacta en lo propio, pues finalmente a pesar de todas las modificaciones que sufra el producto para poder ser trasladado, traducido y vendido en un mercado prometedor, no deja de tener su sello original estadounidense y la garantía de que fue creado para entretener, distraer ya que su esencia es divertir a las masas.
Finalmente, me queda claro lo complejo que es analizar una serie televisiva animada, primero por la combinación de los géneros narrativos-audiovisuales que ésta contiene y segundo porque la televisión en la era globalizada, permite a todos conocer cosas de las vidas e identidades culturales de los demás sin salir de casa, pero al mismo tiempo se vuelve más complicado cuando se ha vivido en Tijuana, en la frontera a Estados Unidos y pude ver Los Simpsons en inglés en el canal Fox luego, gracias a la fácil movilidad que da la globalización, los veo doblados al español por televisión nacional en Monterrey y analizo sus transformaciones en Arabia.
Los Simpson siguen siendo los originales aunque se transmitan en diferentes idiomas en distintos países, aunque Homero ya no tome cerveza ni coma donas y hot-dogs, a pesar de que ahora se llame Omar, pues la relación entre el producto mediático y la cultura es una sutil combinación de mediaciones, es decir, la multiplicidad de significados que la audiencia haga está mediada por la experiencia vivida en lo cotidiano, en lo local.
Referencias bibliográficas.
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García Canclini, N. (2003). Culturas Híbridas. México: Grijalbo.
Martín, J. (1987). De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, Barcelona: Editorial Gustavo Gili.
Mattelart, A. y Neveu, E. (2004). Introducción a los estudios culturales. Barcelona: Paidós Comunicación.
Robertson, R. (2003).
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Tres olas de globalización: historia de una conciencia global,
Madrid. : Alianza Editorial.
Salzman, P. (1997). El caballo de Troya electrónico: la televisión en la globalización de las culturas paramodernas. En L. Arizpe (Ed.), Dimensiones culturales del cambio global (pp. 319-353). Cuernavaca: Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, UNAM.
Tomlinson, J. (1997). Cultural Globalization and Cultural Imperialism. En A. Mohammadi (Ed.), Internacional Communication and Globalization (pp. 170-190). London : SAGE Publications.
Tomlinson, J. (2001). Globalización y cultura. México: Oxford.
Páginas en internet
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Globalización y cultura
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Mario Margulis*
Cultura Global
*Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Subsidios UBACYT CS 022 y 007.
1. Dado que concebimos a la cultura como una dimensión de todos los fenómenos sociales -distinguible analíticamente pero no separable como proceso autónomo-, entendemos que el análisis de la globalización desde la dimensión cultural está íntimamente vinculado con el estudio de ese proceso en el plano histórico, económico, político y financiero.
La expansión internacional está implícita en la dinámica del capitalismo y acompaña su evolución histórica, incluyendo los procesos de acumulación que dieron lugar al desarrollo de este modo de producción. Entre las tendencias que el análisis del capitalismo pone de manifiesto se destacan aquellas ligadas con los impulsos hacia una productividad creciente, hacia el aumento en la composición orgánica y técnica del capital, los procesos de concentración y centralización y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Estas tendencias complejas, que no operan de manera lineal y encuentran procesos que las contrarrestan, se han comprobado en el largo plazo y están presentes en las modalidades expansivas del capitalismo en su etapa actual y en las pujas por constituir y hegemonizar nuevos mercados.
Desde la conquista de América, fenómeno ligado con el desarrollo de las fuerzas productivas en la Europa de los siglos XV y XVI, que pone de manifiesto un estado de internacionalización de procesos económicos y políticos (el comienzo de la economía-mundo de la que habla Wallerstein), los aspectos culturales aparecen acompañando de manera manifiesta a los procesos políticos, económicos y militares. La conquista trasciende, por ejemplo en México, no tanto por el desplazamiento de la clase dominante indígena luego de la derrota militar, cosa que ya había ocurrido anteriormente, sino por la radical imposición de la otredad. Claro que esto incluye la otredad económica y tecnológica, pero lo que constituyó la transformación más radical, la verdadera ruptura, fue el ingreso y la implantación de la otredad cultural: una nueva manera de concebir y significar el mundo, de procesar el tiempo y el espacio, los valores y los alimentos, las relaciones humanas y las relaciones con los dioses.
La internacionalización de los fenómenos económicos ha ido avanzando, atravesando diferentes etapas históricas. Los cambios culturales han acompañado de manera compleja los episodios derivados del intercambio comercial y la intromisión política en todos los continentes. La reflexión sobre cultura y el intrincado itinerario semántico que atravesó este concepto, están profundamente vinculados con el desarrollo de la tecnología y con el avance colonial que puso a los europeos en contacto con costumbres diferentes y con extraños modos de vivir y de resolver los problemas de la existencia. En el siglo XIX los antropólogos acompañaron en sus viajes a los administradores de la aventura colonial, así como los misioneros acompañaban a los soldados en la conquista de América.
El tema que da lugar al concepto globalización es, pues, antiguo,1 sólo que ahora encuentra una palabra nueva, que algunos diferencian de conceptos afines (mundialización, internacionalización); acerca de estas diferencias y la incidencia ideológica del concepto dejaremos abierto un paréntesis considerando que requieren mayor reflexión. Sin embargo, es dable pensar que los procesos ocurridos en los siglos precedentes difieren profundamente de los fenómenos contemporáneos, aunque podrían encontrarse homologías relacionadas con los conflictivos procesos que han dado lugar a la constitución de hegemonías.
El eje central de las diferencias radica en el acelerado cambio tecnológico. El cambio en cuanto a la cantidad -por ejemplo, la velocidad- genera un cambio en la calidad de los fenómenos. En el plano de las comunicaciones y transportes, para ejemplificar con un caso concreto, no podemos comparar un sistema mundial cuyas comunicaciones estaban -en sus inicios- en el plano del Galeón de Acapulco, con los procesos de mundialización actuales, caracterizados por tremendos avances tecnológicos, el mundo de las computadoras, de la autopista informática, de la televisión satelital. En el primer caso, un intercambio de mensajes entre el Rey de España y el gobernador de Filipinas podría demorar bastante más de un año, en el segundo la comunicación es instantánea, en tiempo real, entre países distantes.
Para Renato Ortiz (1994:14) «internacionalización se refiere, simplemente, al aumento de la extensión geográfica de las actividades económicas más allá de las fronteras nacionales. No se trata, entonces, de un fenómeno nuevo. La globalización de la actividad económica es cualitativamente diferente. Es una forma más avanzada y compleja de internacionalización, implicando un cierto grado de integración funcional entre las actividades económicas dispersas. El concepto se aplica, por lo tanto, a la producción, distribución y consumo de bienes y servicios organizados a partir de una estrategia mundial y dirigidos hacia un mercado mundial. Esto corresponde a un nivel y a una complejidad de la historia económica en el cual las partes, antes internacionales se funden ahora en una nueva síntesis: el mercado mundial». R.Ortiz se apoya en el sociólogo brasileño Octavio Ianni, quien afirma que en los análisis sociológicos habituales, el individuo y la sociedad son considerados, implícitamente, en términos de relaciones, procesos o estructuras nacionales, en cambio, las dimensiones globales de la realidad social están aún poco presentes en tales análisis.
Hay sectores en los que se aprecia un mayor impacto de la innovación tecnológica y de la internacionalización de sus actividades. Tal el caso del mundo financiero, de los mercados de acciones y commodities, de los mercados monetarios, y también el campo de las comunicaciones: los massmedia, llevados a escala mundial a partir de los satélites comunicacionales. Es evidente, en estas temáticas y en otras vinculadas con la alta tecnología, la interconexión a escala mundial, la repercusión de acontecimientos locales en el conjunto (por ejemplo, el llamado «efecto tequila»), la trasmisión a otros continentes de los programas televisivos y, más aun, la trasmisión a nivel planetario de ciertos sucesos (Guerra del Golfo, juegos Olímpicos, mundial de fútbol). Existe el antecedente del cine, que familiarizó al mundo entero con el star system y los lenguajes y estética generados en Hollywood y otros centros de producción. Pero hay que tomar en cuenta antes de asumir acríticamente ciertos sentidos que parecen fluir de la palabra globalización, que no existe una distribución uniforme de actores económicos y sociales homogéneos esparcidos por el globo, desde los cuales se emiten y reciben mensajes, bienes y servicios, sino que en todos los órdenes y planos de la tal globalización predominan pluralidades y asimetrías vinculadas con la concentración desigual de la riqueza, de la tecnología y del poder, incluyendo la concentración de la capacidad de emisión y recepción de los mensajes, sean éstos de orden financiero, informático o relativos a las industrias massmediáticas.
Entendemos que hay que analizar y descifrar el contenido semántico de la palabra globalización -sobre todo en su referencia a lo cultural- y también poner de manifiesto sus posibles cargas ideológicas. Es necesario pensar en aplicar, desde la perspectiva de la economía y tecnología actuales, análisis que tomen en cuenta las desigualdades económicas y técnicas, las concentraciones de poder y de riqueza y la calidad y dirección de los flujos. Los mensajes, así como los nuevos códigos, ¿no tienen acaso que ver con el predominio de los centros dominantes en la innovación tecnológica y en el plano financiero? ¿No hay un paralelismo entre la globalización cultural, en cuanto a poder de institución en el plano de lo simbólico, con la hegemonía financiera, política, tecnológica y militar? ¿Existe una geografía de los flujos culturales desvinculada de los ejes territoriales de concentración del poder y la riqueza?
A título de ejemplificación cabe mencionar la concentración de funciones en el plano financiero, comunicacional, económico y político en algunas pocas ciudades: «cuanto mayor es la mundialización de la economía, mayor es la aglomeración de las funciones centrales en las ciudades globales» (Sassen, l992).2
2. Para que las avanzadas tecnologías actuantes en el plano de la informática y la comunicación, por ejemplo Internet, puedan funcionar, se precisa compartir no solamente competencias informáticas, se requiere previamente, y sobre todo, compartir redes significativas, códigos, valores, atribuciones de sentido, o sea, fenómenos de la esfera de lo cultural que hagan posible la comunicación entre actores diseminados en el mundo.
El intercambio de productos, la mundialización de algunos bienes o servicios, como la Coca-cola, el automóvil o los servicios bancarios, requieren también, previamente, sistemas de percepción y apreciación compartidos, códigos comunes, una cierta estandarización en los signos, valores y ritmos. El consumo avanza sobre la cultura, más aun, se inserta en ella. Cada nuevo producto coloniza un espacio semiológico, se legitima en un mundo de sentidos y de signos, arraiga en un humus cultural. Un ejemplo, acaso brutal, es la frase atribuida a un ejecutivo en ocasión del proyecto de instalación de McDonald’s en Moscú, cuando el sistema soviético estaba todavía en vigencia: «we are going to Mcdonaldize them», fue la sintética afirmación que llevaba implícita la decisión de instalar un ámbito de gustos, velocidades y valores, abrirse camino, no sólo en un contexto político-económico poco propicio, también en un antiguo espacio cultural cargado con tradiciones culinarias y estéticas.
3. La publicidad televisiva de una conocida tarjeta de crédito pone de manifiesto claramente la combinación de sistemas de signos globales con los códigos de la cultura local. La tarjeta de crédito, empleada en los más diferentes contextos sociales, culturales y geográficos, supone competencias, saberes compartidos, interpretaciones comunes, una fe impoluta en la omnipotencia y omnipresencia del dinero, aun en sus más extrañas rencarnaciones, en suma, un nicho cultural global que se inserta en el marco de las más variadas y aparentemente irreductibles manifestaciones de lo local.
Este ejemplo alude, tangencialmente, a uno de los grandes temas que plantea la globalización en el plano de la cultura: la intersección de lo global con lo local, el nivel de las identidades, su evolución y nuevas formas de emergencia, la hibridación.
Todo nuevo producto, y más un bien producido por una empresa mundial para su consumo en ámbitos diversos, coloniza un territorio cultural, influye sobre las costumbres, los hábitos, los gustos y valores, requiere un capital cultural para su uso y, con frecuencia, inicia una cadena de nuevos lenguajes.
Insistiremos en el tema del efecto cultural de los consumos, en los requisitos semiológicos vinculados con la incorporación de un nuevo producto -bien o servicio- en el proceso de colonización de mercados lejanos. Podría decirse que los nuevos héroes de la épica global trabajan hoy para los grandes conglomerados industriales o financieros: en el mundo actual Odiseo, Jasón o Eneas serían funcionarios de la IBM, Coca-cola, Sony, Disney o bien de los grandes bancos y agencias financieras.
También, es preciso tomar en cuenta la forma en que la cultura local incorpora la novedad, cómo la interpreta y le asigna un lugar en su trama de significados. Los consumos no son uniformes, el consumo de bienes, al igual que el consumo de mensajes, suele ser creativo: la gente decodifica productos y mensajes en el marco de su cultura local, sus condiciones de vida y de relación y su capital simbólico. Por lo tanto, si bien podemos afirmar la influencia cultural y las grandes transformaciones que la mundialización de bienes, servicios y mensajes ocasionan en el plano local, nada autoriza a presuponer una drástica uniformidad de las culturas locales, la convergencia -en un futuro próximo- en la «aldea global», con la consiguiente desaparición de las identidades particulares.
A título de hipótesis podríamos pensar que existen en cada sociedad códigos culturales superpuestos, tramas de sentido que tienen diferente alcance espacial: desde los códigos particulares que sólo afectan a pequeños grupos -tribus que comparten contraseñas identificatorias-, códigos más amplios que abarcan zonas urbanas o regiones que participan de un mismo lenguaje, memoria, costumbres, valores, creencias y tradiciones y, por último, ámbitos de lo cultural vinculados a la irrupción de la globalidad en el plano local, dentro de la esfera de los consumos de productos de todo orden -incluidos los massmediáticos- que requieren de competencias particulares y que originan formas locales de metabolismo y aplicación de los lenguajes, significados, valores y ritmos implícitos en los productos. Y estas tramas culturales superpuestas están en constante intercambio y transformación, sumidas en procesos de cambio y en luchas por la constitución e imposición de sentidos que, por supuesto, no están desvinculadas de las pujas y conflictos que arraigan en la dinámica social.
Los países latinoamericanos, entre ellos la Argentina, estuvieron incluidos desde un comienzo en un sistema mundial de relaciones económicas, políticas y culturales. En nuestro país el proceso es peculiar: en su consolidación como nación pesó la herencia del pasado, las tradiciones y formas culturales de la colonia, en especial el idioma, a lo que se incorporaron -por medio del intenso proceso migratorio y por las particularidades ideológicas del proceso de constitución nacional- una avalancha de gentes, de costumbres, de hábitos idiomáticos, amén de formas de organización de las instituciones, de la economía y de los territorios que poco tenían que ver con los aportes culturales de los inmigrantes.
La construcción de la nación, en un proyecto que apuntaba a imponer la modernidad europea, incorporó también un modelo cultural específico, o sea, los sistemas simbólicos que acompañaban a las instituciones y la importación de formas de organización, de aparatos legales y avances tecnológicos. Así se va constituyendo la identidad, con elementos que responden a universos simbólicos diferentes. Sobre la trama que queda del mundo colonial se van incorporando los rasgos locales que traen los migrantes: idiomas, hábitos, costumbres culinarias…, pero el conjunto es procesado por modelos culturales, económicos, legales e institucionales que provienen de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos (países que poco aportaron en cuanto a inmigración), por formas de procesar el espacio y el tiempo derivados del desarrollo del ferrocarril, los procesos mercantiles y por los códigos jurídicos tomados de los países capitalistas más avanzados.
También incidieron en la conformación de nuestra cultura las modalidades de expansión de las ciudades modernas y los patrones vigentes de la modernidad se extendieron a los artículos de consumo, a las modas, a la educación, a los deportes.4 A estos procesos se agrega, a partir del auge de la prensa y de la radio, del cine y más recientemente, la televisión, una aceleración y una nueva modalidad de recepción de mensajes, que cambia en calidad y cantidad las formas de producción y difusión de los elementos que intervienen en la configuración y renovación de los códigos culturales.
Otro aspecto que se suele señalar en la literatura sobre el tema es la llamada desterritorialización. No sólo una porción significativa de los bienes que se consumen son producidos fuera de cada nación, con las consecuencias culturales implicadas en esta homogeneización de los productos, sobre todo en el plano de los procesos culturales involucrados en la tendencia hacia la uniformización de los consumos; también los mensajes que se consumen (medios de comunicación, publicidad) son en buena proporción elaborados fuera del país.
Asimismo, se suele destacar que el incremento de los procesos de migración internacional determina la continuidad de culturas nacionales localizadas fuera del territorio de origen. Lógicamente, estas poblaciones emigradas entran en un proceso de evolución diferente respecto de aquellas que permanecen localizadas en el territorio original. No está de más mencionar que los procesos de desregularización, recomendados por la avanzada neoliberal, suponen, entre otras cosas, eliminar trabas para la circulación de mercancías y capitales, pero no incluyen ni propician la equivalente libre circulación de personas en tanto portadores de fuerza de trabajo.
El tema tiene asimismo que ver con el auge de los medios de comunicación, la posesión desigual de los recursos comunicacionales y la dirección dominante de los flujos. Aspectos problemáticos ligados con la producción y dominio de las tecnologías, que configuran o confirman hegemonías constituidas en el plano del intercambio desigual tradicional, ahora se vuelven más complejos al afirmarse en las condiciones técnicas y económicas que son estratégicas para imponerse en el intercambio desigual de bienes y capitales culturales. Por otra parte, la tendencia a reducir el papel de los Estados nacionales en favor de las empresas transnacionales opera también en el terreno de la cultura.
Para que diferentes países y regiones puedan comunicarse, interactuar, generalizar sus transacciones entre regiones distantes, se producen modificaciones sustanciales sobre ejes centrales de la cultura: se transforman los códigos que organizan la percepción, vivencia y apreciación respecto del tiempo y del espacio. Con el desarrollo del capitalismo se tornó necesario avanzar sobre la separación entre tiempo y espacio. Pero con la globalización hay que ir más lejos, superar las versiones locales del tiempo para poder comunicarse, o sea, instalar la simultaneidad en tiempos culturales distintos, en horas diferentes del día y de la noche. Comunicaciones con, por ejemplo, el Japón o con otros sitios del planeta, necesarias en el plano de las transferencias financieras, requieren superar las diferencias horarias locales, crear un nuevo ritmo temporal, independiente de los meridianos, de la rotación de la Tierra, de la sucesión del día y la noche, para poder ejecutar transacciones o comunicaciones de todo tipo (la trasmisión de ciertos acontecimientos por la TV, como el caso del mundial de fútbol, implican complicadas operaciones para hallar la mejor combinación entre tiempo y espacio, entre tiempo local -en que se juega el partido- y tiempos a nivel global que conjuguen espacialmente las audiencias más remunerativas).
El dinero es quizás el principal producto, no sólo económico y financiero, también cultural, que instala en el mundo entero un marco de significaciones compartidas, de valoraciones, ritmos, competencias y legitimidades. Si hay una cultura mundial que requiere uniformidad, habitus compartidos, significaciones indiscutibles, ritos y liturgias, es la implantada en el marco de las finanzas, en el campo veloz e intangible del dinero electrónico, que fluye en las entrañas de las computadoras, partiendo de Nueva York o Zurich para aterrizar, casi instantáneamente en Tokio o Singapur.
El mundo de las finanzas, acaso dominante en la economía moderna, se construye sobre lenguajes y valores compartidos, sistemas de signos universales y también sobre un amplio campo de fe, un nuevo modo de religiosidad, cuyos pontífices ofician desde ciertos lugares de culto: Moody’s, Standard & Poor’s, Bundesbank, FMI, Merryl Lynch, Wall Street, Financial Times…
El dinero se vuelve cada vez más abstracto, menos ligado a su referente material. No es ya una mercancía privilegiada, la materialidad del oro que se almacena en Fort Knox o los míticos lingotes que obstruían el paso en nuestro Banco Central. El dinero es ahora, más que nunca, un símbolo, un hecho no sólo económico, cada vez más cultural, un signo alimentado por la fiabilidad de sus emisores, un acto de fe; y al mismo tiempo se torna más liviano, más ágil, más veloz. El dinero es el principal producto global, un producto virtual que, aligerado de materialidad, puede circular y reproducirse en la intimidad de las computadoras.
En su virtualidad va perdiendo relación con su antiguo referente, la riqueza. Como otros signos, ingresa en la hiperrealidad, ya no se sabe cuál es el signo y cuál es el referente. El mapa se confunde con el territorio.
5. La actividad financiera es tal vez el paradigma de la globalización. Exige borrar toda resistencia local, los mensajes financieros viajan por un mundo de signos compartidos, se ha borrado casi todo resabio local que pueda obstruir el fluir de los mensajes, el espacio ya no importa, subyugado por esta comunicación instantánea donde las transferencias de riqueza ya no requieren navíos fuertemente protegidos o cámaras blindadas. La liviandad del dinero es consistente con la abolición del espacio y la ligereza del tiempo. Los signos de las cosas se comunican entre sí, domestican los lenguajes, se imponen sobre todos los obstáculos. A esto se llama la voz de los mercados, que nunca duermen y velan por la racionalidad universal.
En síntesis, la mentada globalización no es un fenómeno nuevo; remite a procesos inherentes a la evolución del capitalismo y a sus contradicciones. Exhibe, en el período actual, una aceleración, un cambio en cantidad y cualidad vinculada con el desarrollo de las fuerzas productivas, con el avance de las políticas neoliberales y sus mensajes ideológicos y, en particular, con el sorprendente progreso tecnológico en el plano de la trasmisión de información. Tampoco son nuevas sus influencias culturales: hay un cambio en intensidad, relativa a la velocidad y eficacia con que se difunden los nuevos productos y los mensajes massmediáticos. Pero es aventurado sacar conclusiones fáciles acerca de las identidades y las culturas locales. La diversidad también cunde y se expande alimentada por el aumento de los contactos con lo diferente y por la mayor cantidad de ingredientes que la abundancia de información suministra.
La identidad social es un concepto que tiene un fuerte matiz relacional, se actualiza y se refuerza en el contacto, en la comunicación, en el intercambio con lo otro, con lo diferente. Entra en acción cuando los códigos propios hacen crisis, encuentran su límite en el intento de comunicación. En tal sentido, si bien las identidades pueden ser sigilosamente sometidas a un proceso de uniformización a través de la oferta universal de los mismos productos y los mismos mensajes, también se genera un movimiento contrario, una reacción afirmativa de la identidad local, vinculada con la mayor exposición a nuevos contactos. Sin embargo, es también posible que la reducción progresiva de los espacios de interacción, el auge de la comunicación sin copresencia -por medio de la moderna informática y los medios masivos- vaya operando en el sentido de uniformar los códigos simbólicos.
En las ciudades modernas coexisten las manifestaciones locales con la «explosión de una arquitectura financiera, informática y turística»6 cuya estética y funcionalidad se multiplica en edificios semejantes a lo largo del planeta. En el lenguaje local de las ciudades, en su discurso expresivo, que revela su cultura e historia, se inserta el discurso universal y uniformado de las autopistas, aeropuertos, bancos, shoppings, un lenguaje compartido, exultante de modernidad y poco propicio a la adherencia de identidades locales. Sin embargo la ciudad en su cotidianidad procesa el conjunto, que incluye estas manifestaciones de modernidad trasnacional y las prácticas que determinan, las que conviven con la ciudad local, tejida en su desenvolvimiento histórico y con la ciudad virtual, la ciudad massmediática, que fluye de las pantallas insertas en los hogares.
También deben tenerse en cuenta los crecientes procesos de exclusión, los nuevos grupos de excluidos cada vez más numerosos que, además de los efectos que deriven de su agrupamiento en torno a demandas sociales, desarrollan nuevas formas culturales y articulan las identidades necesarias para sobrevivir en condiciones de carencia, privación y desigualdad.
Los análisis sobre la llamada globalización, incluyendo los que se orientan hacia su dimensión cultural, tienden muchas veces a naturalizar el orden existente y, al mismo tiempo, a no destacar las desigualdades, particularmente en el plano del dominio de las tecnologías de punta, en el poder militar, en los mercados financieros, en el control hegemónico de los medios de comunicación y en las normativas que regulan el aprovechamiento de los recursos naturales del planeta.7
Es en el desarrollo actual de los mercados y de las nuevas tecnologías de comunicación donde la globalización halla su expresión más intensa y el análisis tiene oportunidad de poner de manifiesto las diversas contradicciones no resueltas en el mundo social, a las que la naturalización a la que aludíamos y su consiguiente universo ideológico contribuyen a encubrir.
Tales contradicciones son propias de un orden emergente, simbolizado por la caída del Muro de Berlín, que se caracteriza por una aceleración en la productividad económica, la implementación de nuevas tecnologías, la consiguiente necesidad de formación, ordenamiento y control de nuevos mercados, el auge de las ideas neoliberales y la progresiva aplicación de éstas en un número creciente de naciones, tal vez como mecanismo que haga posible, no tanto el crecimiento económico, ni una mayor racionalidad en este plano y, mucho menos, un aumento del bienestar, sino, fundamentalmente, la reproducción del capitalismo en su etapa actual.8 Las políticas neoliberales estimularon la instalación de un marco legal que favoreciera y garantizara la circulación sin trabas de bienes y de capitales y propiciaron, con éxito, el retroceso del Estado de bienestar y la privatización de los servicios públicos, impulsando el retiro del Estado en beneficio de las empresas trasnacionales.
Las contradicciones principales de esta etapa, expuestas en forma sintética, se refieren a procesos no resueltos que contienen un gran potencial de conflictividad y de transformación social:
a. Contradicción entre la continuidad del Estado-nación y la trasnacionalización, sea bajo la forma de bloques de naciones o, sobre todo, por el protagonismo creciente de gigantescas empresas trasnacionales.
b. Contradicción entre racionalidad de los mercados y racionalidades locales relativas a la reproducción de la vida. Las formas actuales de esta contradicción, inherente al capitalismo, aparecen sobre todo en forma dramática en el creciente desempleo, en la masiva exclusión que crece rápidamente y ya alcanza, también, a los países más ricos, y que se expresa en la carencia de las seguridades económicas y de la dignidad social que confiere la posesión de un empleo, en la expansión de la pobreza, en la supresión progresiva de garantías públicas ante la vejez, la enfermedad, el desamparo, en la erosión y derrota de los movimientos obreros, en la desmovilización social y en el descrédito de los proyectos emancipatorios.
c. Contradicciones entre bloques de naciones: luchas por los mercados, disputas relacionadas con el control monopólico de materias primas y recursos escasos, con la hegemonía militar y el deterioro del medio ambiente.
Entre los efectos producidos por estas contradicciones se impone en la vida cotidiana el avance del desempleo, la pobreza y la inestabilidad laboral. La actual etapa de acumulación capitalista, cuyas condiciones técnicas, financieras e ideológicas dan lugar a la aceleración de la globalización, acarrean, aun en los países más avanzados, una profunda crisis en el sector asalariado: aumento del desempleo, limitaciones en la seguridad social, avance en la desprotección, pobreza y exclusión.
La estabilidad laboral ha sido durante muchos años, en los países más industrializados, la base de la inserción social, el soporte de los lazos sociales y de un sistema de representaciones y de prácticas integrado en los códigos culturales que regían la vida cotidiana. La crisis en la estabilidad laboral, el desempleo o su amenaza, la creciente desprotección social, erosionan los modos en que millones de individuos se ubican e identifican dentro de su medio social. Tal crisis impacta profundamente en la cultura. Se está planteando como problema, en países europeos, la necesidad de restaurar formas de dignidad que estén desvinculadas de los lugares sociales relacionados con el trabajo y la profesión, que tradicionalmente formaron parte de una noción de estabilidad e inclusión que abarca a la vivienda, la familia, el trato con los vecinos, el espacio ocupado en la comunidad.9
Y qué decir de países que desde hace mucho cuentan con vastos sectores de la población que carecen de seguridad social y de toda garantía pública para su reproducción. Países de América latina, donde los empleos asalariados han sido siempre insuficientes, en los que una parte importante de la fuerza de trabajo ha debido encontrar formas de subsistencia y de reproducción en las márgenes de la modernidad económica. La pobreza, estructural, avanza y la progresiva adopción de recetas neoliberales ha aumentado la exclusión, acarreando nuevos pobres que se suman en las estadísticas a las vastas poblaciones que desde siempre habían articulado estrategias económicas y culturales para sobrevivir. Estos nuevos pobres están en cierto modo en desventaja: no cuentan con los recursos culturales -que los pobres estructurales han desarrollado- para sobrevivir en las condiciones vigentes de pobreza y de exclusión.10
GLOBALIZACIÓN, CULTURA Y COMPLEJIDAD:
MIRADAS DESDE UN NODO PERIFÉRICO.
Víctor Manuel Andrade Guevara (1)
Introducción
Un escrito sobre la globalización a estas alturas puede ser únicamente un ejercicio más de megalomanía ante el alud de artículos, libros y discursos que existen sobre el tema al que, no sin cierta razón, algunos conciben como un significante vacío.
No obstante esta variedad de textos y abordajes –nos referimos exclusivamente a aquellos que se ubican en el campo de las ciencias sociales– parece ser que la mayoría de autores y tendencias han insistido en la practica errónea de analizar el fenómeno desde una perspectiva unidisciplinar, ignorando o, en todo caso, articulando de manera acrítica e incoherente las elaboraciones en otros campos disciplinares o en otras escuelas o corrientes teóricas distintas a aquella a la que se inscribe el autor en cuestión.
Desde un punto de vista epistemológico este abordaje es equivocado ya que establece una asincronía peligrosa entre los cambios paradigmáticos que se están dando en el campo de las ciencias sociales y el surgimiento de ese nuevo objeto que algunos denominan globalización y otros mundialización.
En efecto, podemos decir que el objeto teórico «Globalización» es un objeto «complejo» cuya recursividad y autorreflexión están cargados históricamente, mostrándose como un momento más en el proceso de cambio de las diferentes formas de objetivación de la especie humana cuya conciencia genérica empieza a abrirse paso. Esto implica que la globalización tiene al mismo tiempo una dimensión económica, una dimensión política, geográfica y cultural, o como diría Wallerstein, citando a Bruno Latour es un hecho natural al mismo tiempo que histórico y narrativo.
Roland Robertson se acerca al problema cuando plantea que la globalización es un fenómeno multidimensional; sin embargo, a pesar de la agudeza de su enfoque, no acierta a integrar esa multidimensionalidad en una construcción holística. Su multidimensionalidad es más analítica que real. Desde el punto de vista de los sistemas complejos – que por definición incluyen una dimensión histórica y, por lo tanto, la autonomía de los actores, los sistemas complejos no pueden ser deconstruidos analíticamente. Por el contrario, cada una de las dimensiones está en las otras y viceversa.
Por ello, se requiere un mayor intercambio entre historiadores, economistas, sociólogos, geógrafos, teóricos de la cultura y antropólogos, para construir una explicación–comprensión del fenómeno de la globalización que procure ser completa, tratando de ser fiel al principio expuesto por Hegel cuando afirmaba: la verdad es lo completo.
Esperando contribuir de manera modesta a tan desmesurada tarea, a continuación trato de establecer algunas coordenadas que nos ubiquen acerca de la relación entre globalización –considerada desde una perspectiva social y económica – y la teoría de la cultura.* Se repasa entonces, de manera muy somera, a los autores más significativos acerca del tema de la globalización en el plano económico y societal junto con aquellos que tocan el tema en relación con el mundo de la significación y las prácticas simbólicas cotidianas; es decir, la cultura.
El objetivo de este ensayo consiste en mostrar las principales aportaciones de estos teóricos así como señalar los déficit en sus análisis para, a partir de ahí, sugerir algunos elementos teóricos acerca de las posibles direcciones que puede tomar el intentar construir una explicación acerca de la globalización apoyada en el paradigma de la complejidad desde una perspectiva espaciotemporal situada en la periferia latinoamericana.
Es decir, se pretenden establecer algunas coordenadas para observar las relaciones entre el funcionamiento del mercado global –tanto el mercado de mercancías físicas como el mercado de dinero y de capitales como el mercado de fuerza de trabajo que son los hombres y las mujeres, y cuyo proceso de reproducción está sometido a una lógica de extracción de plusvalor y de intercambio desigual- con los procesos de significación y generación del sentido y las maneras en que estos procesos, a su vez, inciden en las relaciones de poder a escala global y local.
La Emergencia del Paradigma de la Globalización
La presión exitosa de los capitales y las instituciones financieras internacionales para promover la apertura de los mercados nacionales, el derrumbe de las sociedades de Europa Oriental y del paradigma del socialismo autoritario, las políticas privatizadoras y, de manera simultanea, la revolución en las tecnologías comunicacionales e informáticas y en los sistemas productivos, junto con la modificación en los hábitos de consumo y formas de vida que esto trajo consigo hicieron que se empezara a hablar de la llegada de una nueva etapa denominada Globalización. En la mayoría de los casos dicho término asumió un uso que podemos llamar «comercial»; término del que no pretendemos dar cuenta en este escrito. Por desgracia, ese parece ser el concepto más utilizado en los discursos políticos y en las conversaciones cotidianas, es, como acertadamente lo califica Jhon Saxe Fernández(2000), el concepto pop de la globalización. Este uso del término es el derivado del lenguaje utilizado por los académicos –principalmente economistas- que conciben como normal una economía de mercado extendida a todo el planeta en el que es posible un intercambio de equivalentes que no debe ser distorsionado por externalidades como el estado o las barreras étnicas o comunitarias. En general, para este tipo de autores, no existe una diferenciación entre lo que es el mercado y lo que es el capitalismo como modo específico de producción, mucho menos consideran como parte de los costos del crecimiento económico y la obtención de utilidades la destrucción del hábitat por la energía degradada para sostener el ritmo de acumulación o los impactos que debieran tener en el análisis cuestiones como la cultura, las formas societales y políticas o la construcción de identidades.
En esta teoría, desprendida de las determinaciones externas al discurso económico, se ha utilizado el concepto de globalización desde una perspectiva más bien descriptiva que hace alusión principalmente al fenómeno creciente de la apertura comercial y la determinación de los factores externos para la formulación de las políticas económicas nacionales y, principalmente, la mundialización del mercado de capitales; en especial, el capital financiero que excede en proporciones estratosféricas el intercambio de mercancías y de capital productivo. Esta literatura económica elude la explicación teórica, compensando a menudo esta deficiencia con sofisticados instrumentos modélicos y cuantitativos (2)
De igual forma, en su análisis económico privilegia los momentos de la circulación y el intercambio, dejando en segundo lugar los aspectos productivos y de distribución de rentas.
Esta visión se manifiesta igualmente de manera significativa en el lenguaje de Kenichi Ohmae (1997) quien con la globalización, ve demasiado prematuramente el fin del Estado Nación. Esta concepción también se ve reflejada en el lenguaje tecnoempresarial (3) que trata de sacar -como era de esperarse– un uso estratégico para diseñar las nuevas fórmulas mercadotécnicas y organizacionales orientadas a la administración de las empresas globales. Semejante concepción de la globalización es en buena medida derivada de la idea que difundiera Francis Fukuyama acerca de que, con el derrumbe de los regímenes comunistas de Europa Oriental, se habría manifestado una victoria final de la forma económica capitalista y la democracia liberal como forma política llegando así al «final de la historia».
Hoy, con motivo de las transformaciones que está provocando la ingeniería genética y los nuevos productos farmacológicos capaces de eliminar la depresión y el sufrimiento, este autor nos habla de la llegada de una era «posthumana».
El discurso tecnoempresarial sobre la globalización se fue gestando al mismo tiempo que los políticos conservadores llegaron al poder en la década de los 80’s promoviendo privatizaciones y utilizando un discurso que insistía en la importancia de mercados abiertos como único principio regulador de la economía, generando con ello una discusión en el ámbito académico de las ciencias sociales.
Dada la evidencia de una tendencia simultánea a la integración económica regional en la comunidad europea, en América del Norte y en el Sudeste Asiático, junto con la exclusión de los intercambios sufrida por vastos segmentos de la geografía mundial, el concepto de la globalización fue inmediatamente cuestionado. En su lugar, se dice, lo que existe es una integración dividida en bloques regionales a lo sumo. Paul Hirst y Graham Thompson (4) han sido los autores más significativos de este cuestionamiento a la globalización. Se apoyan para ello en la presentación de una serie de datos como la evolución del comercio mundial, en la que se demuestra, por ejemplo, que el porcentaje del comercio exterior en 1900, en relación con el total de esa época, comparado con el porcentaje actual, es significativamente menor. Asimismo, se manifiesta el hecho de que la economía mundial estaba unificada en ese entonces por una red de comunicaciones como el telégrafo o las redes telefónicas. Lo que han ganado las actuales tecnologías de la comunicación en todo caso es una multiplicación asombrosa de la velocidad en la circulación y, con ello, como diría Marx, aumentos en la tasa de plusvalía debido a la mayor rotación del capital.
En ese mismo sentido, autores como Ricardo Pettrella (5) hablan más bien de una triadización en la que se excluyen del intercambio mundial de mercancías y capitales bastos segmentos poblacionales de África, América Latina y Asia.
El reiterado uso del concepto se convirtió pronto en un campo de batalla recuperado por los marxistas quienes adujeron en todo caso la paternidad de la explicación de dicho fenómeno y la confirmación de una tendencia que está registrada en el cuerpo teórico marxista.
Ciertamente, es Marx el que habla en «La Ideología Alemana» de la existencia empírica en un plano histórico universal de los hombres, orillada por el desarrollo de las fuerzas productivas, misma que tiende a superar su vida puramente local.
En la Ideología Alemana habla así de cómo el mercado mundial y sus vaivenes transforman el modo de vida de los hombres de acuerdo a la dinámica de los precios internacionales y la interconexión entre los diferentes sistemas productivos.
El Espíritu del Mundo –dice- se nos revela como mercado mundial.
Tanto la Teoría de la dependencia como la teoría del intercambio desigual intentaron explicar la dinámica de la lucha política en los países periféricos a partir del vínculo internacional entre Centro y Periferia.
Destacadamente, autores como Samir Amin(1976), o Arghiri Emmanuel(1972) utilizando la teoría marxista del valor, hablaban ya de la acumulación a escala mundial y de las diferencias en el desarrollo originadas por el pago desigual del trabajo y la transferencia de valor desde la periferia hacia el centro. En esa misma perspectiva, se ha analizado la globalización como una era en que el capitalismo mantiene una serie de monopolios en las sociedades centrales, a saber: el monopolio financiero, el monopolio científico y tecnológico, el monopolio militar, un monopolio sobre los recursos naturales junto con un mercado mundial trunco, que posibilita el intercambio global de mercancías y capitales pero no de la fuerza de trabajo (Amin 1997 y 1999).
Desde los años 70’s, utilizando una mezcla entre la teoría marxista y la teoría de la Historia de Fernand Braudel, Immanuel Wallerstein (1979) construye su teoría de los Sistemas Mundiales argumentando que la unidad de análisis que permite un estudio objetivo de los procesos históricos de la sociedad es el sistema mundial, dada la interconexión e influencias que reciben desde fuera unidades más pequeñas como las sociedades nacionales.
Así, para Wallerstein como para Marx, la lógica de acumulación del capital contiene una tendencia intrínseca a la ocupación espacialmente cada vez más extendida del mercado de fuerza de trabajo y los recursos naturales debido a que esta es la única manera de que se pueda reproducir, de manera expandida, la economía capitalista.
Asimismo, Wallerstein retoma la teoría de los ciclos de Kondratieff que sostiene la existencia de una tendencia del capitalismo a alternarse en fases depresivas y expansivas de 50 años aproximadamente. En esta lógica, es esta dinámica de la acumulación lo que determina en todo caso las formaciones de clase en los distintos Estados Nacionales y las formas estructurales que adoptan los aparatos estatales en cada una de las regiones y las naciones.
Una condición limitada de esta teoría de sistemas mundiales la constituye el hecho de que pone énfasis en la acumulación de capital en la perspectiva del trabajo industrial clásico sin analizar si existe una diferenciación sustantiva con respecto de la moderna producción basada en la informatización y el conocimiento.
Así las cosas, para los teóricos del sistema mundial el nuevo proceso de globalización no es un fenómeno novedoso sino la continuidad de una tendencia a la expansión continua que tiene el capitalismo histórico. Por ello, más que de globalización, tanto los marxistas más ortodoxos como los teóricos del sistema mundial prefieren hablar de Mundialización. (6)
Existe pues, un tratamiento prioritario por parte de los marxistas del aspecto económico para explicar el fenómeno de la globalización. Al mismo tiempo, algunos marxistas que sí se ocupan de analizar los aspectos culturales, subordinan la lógica de la producción y el intercambio cultural a la lógica de la autorreproducción expandida del proceso de valorización del capital concibiendo a esta como un mecanismo ideológico funcional que busca la reproducción del sistema. (7)
En el plano de la comunicación, neomarxistas como Armand Mattelart (1997) o Herbert Schiller(1995 y 1998) hablan de un mercado mundial de imágenes o de un «definitional control» que ejercen las agencias informativas norteamericanas como CNN en la percepción cotidiana de la realidad mundial. La comunicación, vista desde este enfoque, es analizada a partir de las determinaciones económicas que se dan en función de la lógica de acumulación del capital y la circulación de mercancías involucradas en la constitución de las corporaciones mediáticas antes que en el contenido semántico de las propias imágenes.
La otra vertiente que explica la globalización, si bien, la incluye como parte de esta tendencia económica del capitalismo a expandirse, considera otras dimensiones institucionales propias de la modernidad como las instituciones políticas y militares, el desarrollo científico y tecnológico que posibilita las transformaciones habidas en la tecnología de las comunicaciones, particularmente la tecnología satelital, el uso de la fibra óptica y el internet, que permiten veloces intercambios de mensajes y, sobre todo, de capitales y mercancías que ejercen efectos inmediatos en todo el planeta. (8)
Así, para autores como Beck (9) y Giddens(1994 y 2000), la globalización no sería el resultado de una tendencia de largo plazo que se inició desde los orígenes del capitalismo sino una etapa específica del momento actual que se caracteriza por la posibilidad de establecer comunicaciones e intercambios de capitales en tiempo real a escala planetaria. La tendencia de la modernidad a expandirse globalmente no opera pues, como un proceso de continuidad con etapas anteriores, como pensaría por ejemplo Roland Robertson, sino en una relación de discontinuidad.
Para estos autores es más bien el flujo comunicacional y la importancia que tiene la sociedad del conocimiento para la nueva configuración de los sistemas productivos y el entrelazamiento de las redes sociales, lo que define la globalización. En la versión de Giddens – sin duda la más acabada y completa en esta tendencia- la globalización implica un proceso no sólo de interdependencia global sino la penetración de estos procesos en los aspectos más íntimos de la individualidad; es decir, la transformación de la intimidad, que forma parte de la construcción permanente y reflexiva del yo.
Los sistemas expertos generados a partir de los grandes complejos científico-tecnológicos y las grandes estructuras de diferenciación social propician la posibilidad de los que Giddens y Beck llaman «modernización reflexiva»: una modernidad plástica que autorreproduce sus estructuras y responde a los problemas (riesgos) que se le van presentando, al tiempo que posibilita la expansión reflexiva del yo.
Si bien Beck y Giddens parten de reconocer la mundialización del riesgo; esto es, que vivimos en una sociedad donde ya no cabe la seguridad sino que el riesgo se manifiesta como una cualidad inmanente de la sociedad global contemporánea, centra su atención en los cambios que se han producido en las sociedades del norte sin reparar mucho en los cambios que ocurren en las llamadas sociedades periféricas ni en los efectos polarizantes que provoca la globalización.
Una postura muy interesante que retoma aspectos tanto de la visión marxista que pone énfasis en el sistema productivo y de intercambio mundial como de esta visión centrada en la planetarización por efectos de la tecnología comunicacional e informática es la que sostiene Manuel Castells(1999). En sus tres volúmenes de la «Era de la Información» Castells da cuenta de la estructura de la economía global, el papel que guarda la información y el conocimiento para la integración de las nuevas formas de producción e intercambio así como las modificaciones en la configuración del espacio-tiempo. La velocidad de las comunicaciones –incluida la transferencia de grandes masas de capital- da lugar a una configuración y una percepción distinta del espacio-tiempo que Castells llama el espacio de los flujos.
Lo central ya no son los lugares sino los puntos de inflexión espacio temporal en permanente movilidad. De forma simultánea, el tiempo cronológico es sustituido por una experiencia de la temporalidad-atemporal que elimina la continuidad de las duraciones. Frente a ello –dice Castells- la única alternativa para reencontrar la continuidad temporal -y por lo tanto, la posibilidad de darle sentido a proyectos colectivos- es pensar en el tiempo glacial; el tiempo de la muy larga duración que mencionaba Fernand Braudel, el tiempo en el cual piensan los movimientos ecologistas.
Castells usa todavía el lenguaje marxista -después de todo fue uno de los grandes teóricos del fenómeno urbano que se identificó con la tradición del marxismo estructuralista creada por Luis Althusser- para hablar del capitalismo como un modo de producción cuya etapa específica está definida por la constitución de un «Capitalismo Informacional» que depende en alto grado de la generación de información y conocimiento. Para ello, hace un minucioso análisis sobre las relaciones entre tecnología, capital y estado para determinar los niveles de productividad y la gestión de la reproducción económica.
Así, llega a la conclusión de que, por más que haya las condiciones para un avanzado cambio tecnológico, este no redundará en una mayor productividad – y por lo tanto, en una mayor rentabilidad necesaria para el capitalismo- si no existe una adecuada promoción y regulación por parte del estado para vincularla al sistema productivo. De lo anterior se desprende que se requiere aún del papel promotor y organizador de este último para la investigación y la aplicación tecnológica.
Llega a estas afirmaciones una vez que se ha puesto a analizar el proceso de surgimiento de la tecnología informática y su sincronización con la crisis de rentabilidad que tuvo el capitalismo de bienestar desde los años 70´s para dar lugar al proceso de acumulación llamado flexible.
Si bien Castells habla en el segundo volumen de un Estado cada vez más impotente, lejos está de suponer la pronta desaparición del Estado-Nación como forma fundamental de regulación política. Se ocupa en señalar, eso sí, que a diferencia de lo que planteaba Nicos Poulantzas en los tiempos en que el estructuralismo marxista era un discurso influyente, el estado ya no necesariamente ocupa un lugar central en la regulación de la vida de las gentes.
Castells satisface los requerimientos en información empírica e histórica para brindarnos una visión de conjunto del capitalismo informacional, si bien, se hecha de menos un modelo teórico explicativo más coherente que permitiría tener una idea más acabada de la sociedad global contemporánea. La descripción detallada de los procesos que ocurren en las diversas áreas del planeta –incluida la emergencia de los nacionalismos, el quiebre de los regímenes comunistas de Europa Oriental y los cambios en las estructuras familiares y los roles sexuales- no encuentra una forma teórica coherente ya que es más bien descriptiva.
El Enfoque Multidimensional.
En sentido estricto, uno de los pioneros en cuanto a trabajos sobre el tema de la globalización desde un enfoque nítidamente sociológico, ha sido Roland Robertson (1992 y 1998), quien cuenta ya con una larga bibliografía al respecto.
Utilizando una versión renovada de la teoría estructural funcionalista de Parsons, Robertson construye un enfoque multidimensional del proceso de globalización que incluye los aspectos económicos, culturales, políticos y de valores que permiten la integración de una sociedad que tiene como referencia espacial el planeta entero.
Como procedía Parsons para el caso de las sociedades nacionales, Robertson reconstruye la ligazón entre pautas culturales, dinámicas económicas y configuración de un orden político, incluyendo la extensión de un conjunto de valores que se universalizan, para explicar la globalización.
La globalización –dice Robertson- significa la particularización de lo universal y la universalización de lo particular.
Es esta sin duda, una caracterización muy aguda que recoge elementos que por igual se refieren tanto a los aspectos económicos como a los políticos y culturales. El comercio mundial y la división del trabajo se extienden por todo el planeta interconectando los procesos económicos locales; por otra parte, las decisiones políticas que ocurren en el seno de los Estados-Nación se ven cada vez más determinados por los procesos que ocurren en el exterior a la vez que se ejerce influencia de adentro hacia fuera. La dimensión cultural, relacionada siempre con un referente espacial –la localización- se ve sujeta también a un intercambio universal que hace que las representaciones simbólicas particulares cobren una importancia global y que las tendencias universalizantes –entre ellas los patrones de consumo generalizado que impone la cultura capitalista o las tendencias hacia una racionalización universal de la que hablaba Max Weber- se adapten a los usos particulares: Ugr. Los diferentes usos que le dan a la Coca Cola en Rusia, Chiapas o los Estados Unidos.
En esa perspectiva, Robertson pretende encontrar los orígenes de la globalización con el advenimiento de las religiones y los valores universalistas y defiende una visión del nacionalismo como una tendencia universalista, que no se orienta al aislamiento sino que contempla la apertura a los otros salvaguardando diferencias específicas que no excluyen el reconocimiento de una relación abierta universalmente, que reconoce los derechos y las pretensiones de otros nacionalismos que, sin embargo, comparten un proyecto de ciudadanía común.
El enfoque de Robertson es interesante porque analiza de manera conjunta -multidimensional, dentro de la teoría neoparsoniana- los procesos económicos, políticos y culturales, evitándole caer en un determinismo económico o cultural.
Sin embargo, este esquema no le ayuda a diferenciar mucho de manera regional el peso de cada uno de los factores, ni tampoco, como previenen con acertado énfasis los marxistas, los efectos polarizantes que genera la acumulación de capital en la esfera económica.
Capitalismo, Posmodernidad y Diferencia.
Una versión interesante de la globalización que reconstruye el esquema marxista reformulado tanto en términos del modo de producción como en sus aspectos culturales es el formulado por Fredric Jameson y David Harvey. Jameson, quien ha abordado el tema de la posmodernidad concibiéndola como el producto de la lógica cultural del capitalismo tardío (Jameson 1998), insiste en que la critica de los metarrelatos universalistas y el relativismo cultural, así como la constitución de una sociedad que virtualmente elimina la historia, que construye nuevas formas de ordenación espacial tanto en la configuración de las ciudades como en el diseño arquitectónico, y que reproduce estos cambios formales en las estética de las artes visuales, obedece a los cambios que se producen en el capitalismo multinacional.
Así, la expansión del consumo – incluyendo el consumo cultural de la tradición y la mercantilización de las artes – confiere a las mercancías de un sustrato sígnico que se aleja de los esquemas funcionales y de las estructuras lineales de relato. En su lugar surge la superposición de imágenes y épocas tanto en el video como el cine o la arquitectura regional que se alejan de los viejos cánones modernistas. De esta manera se amplía el viejo proceso de inversión que denunciara el viejo Marx, al aparecerse el inmenso arsenal de mercancías en su apariencia sígnica sin tomar en cuenta los procesos de producción ni la historia que esto conlleva.
Jameson cuestiona por lo tanto la parcialidad en que pueden incurrir los llamados «Estudios Culturales» surgidos en los últimos años como una tendencia metodológica y epistemológica dentro de las ciencias sociales que trata de rebasar las fronteras disciplinarias y las teorías de corte determinista al abordar los estudios de la constitución de problemáticas y sujetos, tales como las identidades de genero, de origen étnico o racial o de estilos de vida en ámbitos locales y particulares, poniendo por delante, además, la dimensión subjetiva de la constitución de los mismos, sin tomar en cuenta la articulación con el proceso de acumulación de capital que tiene lugar a escala global. Cuando se hace esto, se está cayendo en la trampa de buscar las diferencias en un mundo donde ya todo ha sido previamente homogeneizado a partir de la lógica del mercado capitalista.
Es necesario –dice Jameson (en Jameson y Zizek 1999)- nombrar el sistema. En esa perspectiva, la globalización –concebida filosóficamente– puede interpretarse como una totalidad destotalizandose (recurre aquí a la formulación similar que hiciera Sartre en «La Crítica de la Razón Dialéctica»). El proceso de globalización hace que se junten y se entrelazen contradictoriamente una serie de procesos opuestos: lo universal con lo particular, lo global y lo local, lo tradicional y lo moderno, las dimensiones macro y micro, que tienen como trasfondo un proceso de reproducción de las estructuras de acumulación. Vista así la globalización, seria esta una forma concreta en que se manifiesta el fenómeno de la posmodernidad, de la cual es, que duda cabe, el mejor desmontador de sus síntomas. (Jameson 2000).
Aplicando esta tentativa de explicación a uno de sus objetos preferidos de análisis como es la estética cinematográfica, Jameson hace un mapeo de la distribución geográfica de las construcciones sintagmáticas en el cine tanto del centro como de la periferia, para relacionarlas con los distintos usos del espacio determinados, no de manera mecánica sino transcodificada, con los movimientos que imprime la lógica de la acumulación del capital extendida globalmente. (Jameson 1997)
De la misma manera David Harvey, quien ve a la posmodernidad como producto del paso de un modo de regulación fordista a un modo de regulación flexible, establece la relación de los cambios en este nuevo modo de regulación con los procesos de percepción y uso del espacio que se reflejan también en las producciones estáticas de las artes plásticas y el diseño arquitectónico.
Teniendo como objeto fundamental de investigación los procesos de urbanización en relación con el proceso de acumulación de capital en un principio, Harvey ha hecho un uso interesante del lenguaje geográfico para analizar los cambios en la configuración urbana. De hecho, en anteriores obras hablaba de la necesidad de construir un materialismo histórico geográfico, debido a la novedad que imprime el capitalismo contemporáneo al hecho de que se relacionen de manera distinta el tiempo y el espacio. El espacio concebido como una relación entre un centro y sus periferias y su correspondiente estructuración jerárquica ha sido sustituido por una serie de relaciones cambiantes y acéntricas debido a la alta movilidad que le imprime a los intercambios y a las relaciones sociales un capitalismo flexible, que muda constantemente sus formas de producción y de organización espacial según la lógica de la rentabilidad y su necesidad incesante de explotar la naturaleza, la fuerza de trabajo y las propias representaciones simbólicas.
Esta nueva sensibilidad posmoderna se expresa en obras cinematográficas como las de Wim Wenders en «Las Alas del Deseo» o «París Texas» donde hay una serie de superposiciones de planos temporales que van desde el tiempo profano de las personas hasta el tiempo atemporal del ángel que puede traspasar diversas épocas y no entiende las modificaciones en el ritmo de vida y las prisas de los hombres comunes. (Harvey 1998)
La globalización entonces, trae consigo una serie de modificaciones en la percepción espacial tanto en el plano global como en las dimensiones corporales ya que el capitalismo global y flexible somete a las personas a ritmos cambiantes de vida según las relaciones espaciales y temporales que propicia la acumulación de capital por su alta movilidad. Esto se traduce en la desestructuración de las biografías, en la eliminación de rutinas fijas y en modalidades de uso del espacio y el cuerpo que, en gran medida, están sometidos a procesos de dominación anónima, motivados por lo que Harvey llama un desarrollo geográfico desigual. (Harvey 2000)
Un aspecto que se vuelve interesante en el trabajo de Harvey es que analiza las transformaciones del capitalismo tanto en el centro como en la periferia. En este tenor, destaca el señalamiento que hace acerca del surgimiento de nuevas formas de explotación del trabajo similares a las que había en la Europa precapitalista sobre todo en la periferia. El modo de regulación global y flexible implica un intenso intercambio de mercancías, una intensa movilidad de capitales y un flujo cada vez más elevado de mano de obra, así como una estructuración del uso de los cuerpos y extracción de recursos naturales y energía. Si bien, se echa de menos en Harvey, lo mismo que en Jameson, un tratamiento más profundo y desarrollado de los efectos del cambio tecnológico e informático en los sistemas de producción, junto con sus efectos políticos y sociales.
Globalización y Cultura.
En ese sentido, la obra de Scott Lash y Jhon Urry (1997) tiene el mérito de conjuntar en una perspectiva coherente las implicaciones culturales con los cambios ocurridos en los sistemas productivos a partir de la informatización.
En primer término Lash y Urry desembrollan el camino al proceder a una conceptualización más acabada de las relaciones entre economía y cultura. Así, Scott Lash en una obra anterior muy interesante (Lash 1997) establece el concepto de «régimen de Significación» como paralelo a un régimen de acumulación, tal y como lo entienden los teóricos de la escuela regulacionista, lo que le permite construir de manera más coherente una conceptualización de la cultura, un término que ha sido abordado desde las más variadas perspectivas.
Para Lash, el posmodernismo sería un régimen de significación, lo cual quiere decir que se manifiesta exclusivamente en el plano de los objetos culturales, mismo que pueden ser analizados a partir de dos planos, a saber:
1.- Una Economía cultural específica que incluye:
a. Relaciones de producción de los objetos culturales
b. Condiciones específicas de recepción de dichos objetos
c. Un marco institucional que media entre producción y la recepción y:
2.- Un Modo específico de Significación que se refiere a las distintas modalidades en que pueden relacionarse lo significado, el significante y el referente.
Con base en ello, dice el autor citado, podemos establecer las diferencias sobre las relaciones entre cultura y sociedad que se han dado en las sociedades tradicionales, las sociedades modernas y las posmodernas.
En las sociedades tradicionales, la característica central es que existe una unidad indiferenciada entre los aspectos societales, utilitarios y simbólicos. La cultura va inextricablemente ligada a las otras dimensiones sin que se pueda establecer una separación analítica entre lo real y lo simbólico.
Los objetos están cargados al mismo tiempo de atributos utilitarios tanto como rituales o estéticos.
Por contraste, en la sociedad moderna se tiende a constituir una separación entre cultura y sociedad. La cultura es vista aquí desde una perspectiva representacional donde el sistema de signos y símbolos «representan» a las realidades materiales. Los signos y símbolos ya no estarían cargados de una sustancia propia sino que serían copias o desdoblamientos de los aspectos significados.
Esto se traduce en el arte al asumir la estética vanguardista el papel de un arte representacional. Los cambios formales y estilísticos serían distintas maneras de percibir y expresar una realidad. Se establece por lo tanto, una diferencia entre el plano cognitivo y expresivo. El conocimiento adecuado de un objeto o proceso, depende de una correcta representación y una adecuada relación epistémica entre sujeto y objeto. En el plano de lo real estético -dice Lash- existe una separación entre estética y teoría.
Con la llegada de la posmodernidad en cambio, se vuelve a retornar a la antigua desdiferenciación entre cultura y sociedad, entre el aspecto utilitario y la representación simbólica de los objetos y los procesos sociales. En otras palabras, en las sociedades del capitalismo desorganizado, las mercancías son al mismo tiempo signos, lo mismo que los objetos o tradiciones culturales se trocan en mercancías. Esto es posible, entre otras cosas, por las nuevas tecnologías comunicativas que privilegian la comunicación por imágenes antes que por textos escritos. La comunicación figural privilegia la dimensión emotiva y expresiva, estética, por encima de la comunicación cognitiva o reflexiva. De ahí la inviabilidad de las teorías positivistas o dialécticas que implican criterios epistemológicos ya sea correspondentistas o universalistas; los llamados metarrelatos por los teóricos posmodernos como Lyotard (1994) o Vattimo (1992).
Es en este plano donde Lash y Urry, si bien comparten la idea de una modernización reflexiva de Giddens y Beck, se despegan al argumentar que estos últimos privilegian la reflexividad cognitiva, eludiendo la reflexividad estética, que, debido al consumo extendido mediante la publicidad que se promueve en torno a los productos, se ha generalizado modificando considerablemente las formas de vida.
Otro argumento que diferencia a Lash y Urry de Beck y Giddens es el señalamiento de que en las sociedades del capitalismo desorganizado ocurre también otro tipo de reflexividad; aquella que se da a partir de la comunicación entre diferentes comunidades que se forman de manera superpuesta a los actos comunicativos dados mediante mecanismos sistémicos de coordinación de las acciones. Llama a este tipo de reflexividad, la reflexividad hermenéutica, tomada por supuesto, de los planteamientos de los teóricos comunitaristas como Charles Taylor (2001) y Michael Walter(1994).
Esta idea de fusión entre los aspectos sígnicos y los aspectos materiales se expresa en el plano estético con el alejamiento del arte representacional. Las construcciones artísticas se funden con la realidad conformando una unidad. En el teatro, por ejemplo, el público puede formar parte del propio escenario, en la literatura, como procede Jostein Gaarder al escribir «El Libro de Sofía» o el italiano Italo Calvino cuando presenta su novela «Si una noche de Invierno un Viajero», los planos de la realidad y la ficción son confundidos.
Pero para Lash y Urry, esta confusión entre realidad y ficción, entre sustancia y representación no ocurre solamente en el plano discursivo y filosófico sino que opera también en la vida cotidiana.
Al estar dotado de un sustrato sígnico, inseparable analíticamente, las mercancías pasan a engrosar la esfera de la industria cultural. Así, en el capitalismo posmoderno o desorganizado los grandes eventos culturales, como una bienal de arte expresionista en Nueva York, son convertidos en un acto económico por excelencia. De igual forma, la edición e impresión de libros, la producción de discos compactos y de las grandes películas en la industria Hollywoodense, configuran procesos económicos de alta complejidad lo mismo que los complejos turísticos que utilizan la historia y la tradición como patrimonios culturales que se ofrecen como mercancía y sirven para la inversión y la acumulación de capital.
Por otra parte, la acumulación flexible trajo consigo el desplazamiento en la centralidad de la producción de la antigua clase obrera industrial cuyo trabajo era más bien manual y requería pocos conocimientos y trajo en cambio los sistemas de producción de aparatos y bienes de alta tecnología que concentran su principal carga de valor en el diseño y elaboración apoyados en el uso de altos niveles de conocimiento -configurando así el modelo llamado I+D-, es decir, investigación más desarrollo.
Esta nueva organización del trabajo trae consigo un desplazamiento de la vieja clase obrera concentrada en actividades manuales por la nueva fuerza de trabajo dotada de altos niveles de información y conocimiento. Con ello tiene lugar una reconfiguración del uso del espacio en las ciudades al constituirse una nueva división del trabajo y una nueva hegemonía de los sectores empresariales de las industrias de punta que, en su ubicación y relocalización, arrastran tras de sí el porvenir de los diversos suburbios y barrios. Antiguos centros comerciales de alta dinámica comercial se ven convertidos de la noche a la mañana en zonas abandonadas y marginales. Particularmente se ven afectados por esta dinámica en los Estados Unidos los trabajadores negros que, con el viejo modo de regulación fordista centrado en la fábrica de línea de montaje y un Estado benefactor, habían logrado en la generación anterior un ascenso social. Surge así lo que Lash y Urry denominan la «infraclase»: el nuevo sector de trabajadores desplazados que no cuentan con el capital cultural suficiente para integrarse a las nuevas modalidades de la producción y que ya no cuentan con los antiguos centros fabriles o comerciales que, en no pocas ocasiones, han emigrado a la periferia.
Este proceso se da de manera concomitante a una reconfiguración del espacio urbano y el entorno arquitectónico que implica una nueva sensibilidad en la percepción del espacio. La alta movilidad a la que se ve sometido el diseño urbano debido a los cambios en la inversión inmobiliaria y el flujo de capitales, colonizan, por así decirlo, la configuración y percepción del espacio y el modo de vida de la gente.
La deficiencia que se observa en Lash y Urry es la falta de atención que dedica a los cambios económicos y culturales que ocurren en la periferia donde son muy pocos los lugares en los que se puede hablar de la existencia de un sector de la economía donde exista el modelo I más D. Por otra parte, el fenómeno a explicar es el hecho de que un mismo régimen de acumulación extendido a escala global sea compatible con varios regímenes de significación tanto en el centro como la periferia donde aún subsisten comunidades con patrones culturales tradicionales.
En buena medida, recuperando este planteamiento de la modernización reflexiva, Jhon Tomlinson nos presenta un impecable panorama acerca de las relaciones entre globalización y cultura, poniendo el acento sobre todo en el segundo elemento del binomio. A Tomlison le interesa analizar «como la globalización transforma el contexto de la construcción de los significados y el sentido de identidad de las personas» (10)
Tomlison recupera la idea de Giddens sobre la globalización como una «conectividad compleja» que posibilita proximidad espacial, una compresión espacio temporal y una proximidad funcional. Para Tomlinson, el concepto de cultura debe entenderse como «El orden de vida en que los seres humanos conferimos significados a través de la representación simbólica» (11). Esto nos remite a los modos de vida ordinarios en que los hombres reproducen existencialmente los significados «Todas esas prácticas comunes que enriquecen el anecdotario de vida», «las historias por las que interpretamos cronológicamente nuestra existencia en,lo que Heidegger llama: la proyección de la situación humana». (12)
Al repasar algunas concepciones sobre esta relación, Tomlison previene acerca de los determinismos reduccionistas; por ejemplo el de Malcom Waters (13) quien, efectivamente, piensa que la globalización tiene mayores posibilidades de concretarse en el plano cultural debido a que los bienes culturales tendrían más capacidad de circular en relación con los bienes materiales. Otro tanto sucede con algunos teóricos marxistas de la cultura que hablan de los peligros de la homogeneización promovida por los media o, en una posición distinta, a Ulf Hannerz quien afirma que existe una globalización de la cultura pero no un solo sistema de significados. Coincidente con esta postura es el planteamiento de Mike Featherstone (14) quien se encarga de estudiar los efectos de la cultura del consumo en los hábitos cotidianos de las personas y la variedad de usos y recepciones que se hacen de las mercancías uniformizantes en un sentido muy distinto del de Ritzer (5) que ve quizá con demasiada alarma la macdonalización del mundo.
Al final, Tomlison lo que propone es la necesidad de observar y reflexionar sobre la nueva confluencia entre la identidad local, la identidad nacional y una emergente identidad cosmopolita que surge a partir de la conciencia de que compartimos todos los habitantes del planeta los mismos riesgos y posibilidades.
Una vez revisados los conceptos de globalización y cultura, podemos plantear una serie de problemáticas que están en el centro de la discusión académica al respecto, entre las que destacan las siguientes:
a. Las nuevas tecnologías comunicativas extendidas a escala global permiten el intercambio entre las más diversas expresiones culturales, no obstante, el predominio económico de algunos países y compañías coloca el dilema entre el monoculturalismo que aparentemente tiende a imponerse por la multiplicación del consumo de objetos materiales y sígnicos estandarizados y el multiculturalismo que se hace posible a partir de que las redes comunicativas permiten precisamente la puesta en escena de culturas subalternas que antes permanecían anónimas, dándose así, en el plano global, las luchas por la hegemonía que para el plano nacional planteaba Antonio Gramsci (1967).
b. La reconstrucción de las relaciones entre la cultura nacional, las culturas locales y regionales y la cultura global, ya se trate de la conservación y cambio de los idiomas o de los aspectos identitarios en general.
A pesar de las restricciones existentes en la economía global al libre flujo de la fuerza de trabajo, las elevadas tasas de migración están modificando los perfiles culturales de las naciones y regiones; por un lado, generando encuentros y sincretismos culturales como el fenómeno del Spanglish en la frontera México-Estados Unidos, por el otro, una consecuencia por demás relevante: la separación entre lugar y cultura.
Los territorios han dejado de ser referentes culturales o depositarios de tradiciones e identidades ya que en un mismo espacio como Nueva York o Los Ángeles coexisten una multitud de culturas y razas (16). Además de lo anterior, la tendencia omniabarcante de los «media» hace posible que en una habitación se concentren expresiones objetuales de las más diversas culturas, trayendo la globalización al propio espacio de la intimidad.
Ese mismo fenómeno da lugar a las múltiples identidades que puede asumir un mismo sujeto debido a la flexibilidad laboral y a las facilidades para la migración como lo estudia Michael Kearney (1997) en el caso de los indígenas zapotecos de Oaxaca que migran por temporadas hacia Los Ángeles y otras partes de Estados Unidos.
Por otra parte, los modernos medios de transporte, cada vez más veloces, han llevado a considerar la importancia de los «No Lugares» como se refiere Marc Augé al momento de analizar las implicaciones del viaje por carretera o las sendas turísticas. Asimismo, la tecnología del internet hace posible lo que Paul Virilio llama » La Deslocalización del Arte»(1994) y, en otro lugar, el fin de la geografía(1997)
c. Esta relación intensificada entre economía y cultura hace que ambos términos se fundan el uno al otro. Así, la memoria y la tradición histórica objetualizada en museos, centros históricos y patrimonios arquitectónicos, se convierte en mercancía a través de la industria del turismo. Ello hace que aparezca también la llamada sociedad postradicional, en la que el pasado lejos de ser un conjunto de hechos objetivos es una invención(Giddens 1997).
d. Con ello surge también en el ámbito de la política, el concepto de ciudadanía flexible, ilustrado por autores como Aiwa Ohng (1999), al llevar a cabo un análisis de la convergencia ocurrida en China entre una economía capitalista de estado, una tradición confuciana y el intento por hacerlas compatibles con la idea de derechos humanos propios de occidente, en un espacio donde convergen altos centros financieros y comerciales como Shangai y Hong Kong con la tradición campesina y la producción intensiva con una fuerza de trabajo súper explotada.
e. Todo lo anterior plantea para la Antropología, como lo hace ver García Canclini (2000), la necesidad de reflexionar acerca de los criterios metodológicos que representa la globalización para el estudio de la cultura. De la misma manera que Benedict Anderson sostiene que las naciones son comunidades imaginadas, la mejor manera acercarnos a la globalización es recogiendo las narraciones y las vivencias de los sujetos que la gozan y la padecen, en un trabajo etnográfico e interpretativo exhaustivo y agobiante que tiene que establecer criterios para comprender la variedad de esas narraciones y su interrelación.
Pero este trabajo etnográfico, nos previene Marc Augé (1998), debe hacerse tomando en cuenta el efecto de ficción que puede encontrarse en los distintos relatos de los otros y, sobre todo, en los efectos de ficcionalización que generan los propios medios de comunicación. El ejercicio hermenéutico de interpretación de los relatos de los otros, debe llevarse a cabo considerando el contexto en que se generan esos efectos de ficcionalización que son capaces de presentar objetos virtuales como si fueran reales.
f. A partir de los supuestos anteriores es como se puede comprender la compleja relación entre el surgimiento de una tendencia expansiva de la globalización económica y su embate cultural, con el resurgimiento de los movimientos nacionalistas y los integrismos en una actitud más bien regresiva que orientada hacia el futuro. Se puede comprender también la defensa y protección de los diversos idiomas ante la expansión del inglés como idioma universal y el futuro de idiomas como el chino que, siendo el que más gente habla, no cuenta con el número de publicaciones que corresponderían a esa proporción, siendo ampliamente superados por el inglés.
Hecho este seguimiento sobre la literatura acerca de las relaciones entre globalización y cultura, pasaremos ahora a establecer algunas conclusiones provisionales a guisa de resumen y a relacionarlas con las implicaciones epistemológicas que esto tiene en relación con el pensamiento complejo.
CONCLUSIONES PROVISIONALES.
1.- Es necesaria la construcción en ciencias sociales de un paradigma explicativo del concepto de globalización que se apoye en una perspectiva multidimensional como lo ha planteado Robertson.
Desde este punto de vista, la globalización debe analizarse con el enfoque del pensamiento complejo y de una ciencia posnormal que ya no admite la tradicional división entre las disciplinas de las ciencias sociales: economía, sociología y antropología, demografía e historia, deben constituir un corpus unificado para el estudio de los procesos globales. Asimismo, este enfoque implica alejarse de los determinismos unilaterales ya sea economicistas o culturalistas, así como de los relativismos estériles. Existe, dice Edgar Morín (1994), una complejidad empírica y una complejidad epistemológica. La primera tiene que ver con la diversidad de aspectos y elementos que entran en la conformación de un fenómeno; la segunda con las relaciones que se establecen entre un sujeto cognoscente que no está fuera de lo que se conoce y de la diversidad de objetos que no son una realidad exterior al sujeto de conocimiento. Su perspectiva va más allá del constructivismo sistémico sostenido por Maturana, por Heinz Von Foerster y Niklass Luhmann (1997), en la medida en que establece la necesidad de conjuntar los conocimientos de las distintas ciencias, tanto sociales como naturales, y definir los objetos a partir de sus determinaciones múltiples.
2.-Es importante la contribución de los teóricos de la llamada modernización reflexiva (Beck, Giddens) en la medida en que han contribuido significativamente a analizar las transformaciones del capitalismo en las sociedades centrales fundamentalmente. Fenómenos como las nuevas formas de construcción del yo reflexivo, el papel de la confianza en los sistemas expertos creados por los aparatos científico-tecnológicos, la mundialización del riesgo y la aparición de fenómenos como lo que Ulrich Beck llama «subpolítica», debido al nuevo papel que juegan los factores técnicos apoyados en los conocimientos científicos para la toma de decisiones. Sin embargo, como acertadamente critica Lash a estos dos autores, no toman en cuenta la reflexividad estética y hermenéutica posibilitada por las nuevas formas de comunicación con predominio de lo figural ni la reflexividad hermenéutica que surge a partir de la interrelación entre diferentes comunidades. Otro elemento que no toman en consideración los teóricos de la modernización reflexiva, – incluido Lash- es la forma en que se expresa el proceso de globalización en las sociedades periféricas. De hecho, no admiten como válida esa división que utilizan los teóricos del sistema mundial, ni la polarización económica que tiene lugar, debido a efectos sistémicos propios del mecanismo de acumulación.
3.- Esta misma característica atraviesa la obra de Robertson quien, si bien construye un enfoque mulltidimensional, evitando construir una visión determinista, comete el mismo error que se le atribuyera a Parsons cuando construyó su paradigma del «sistema social», a saber: el poner demasiado énfasis en los aspectos integrativos (culturales y de valor) y menos atención a los aspectos de la asignación (la economía y el poder). Empero, su formulación acerca de la universalización de lo particular y la particularización de lo universal como señal característica de la globalización contribuye de manera importante a esclarecer el debate teórico y filosófico, entre valores universales y particulares.
4.- Desde mi perspectiva, es acertado el señalamiento que hacen los teóricos de sistemas mundiales al afirmar que la globalización, al estar subordinada al proceso sistémico de acumulación de capital, conlleva un proceso polarizante entre países o regiones pobres y ricas y a diferencias de clase. Sin embargo, su concepción sobre las relaciones entre la economía global y la cultura, parece bastante mecánico y determinista. También se hecha de menos en este enfoque una orientación mas antropológica, que tome en cuenta las diferencias culturales y las identidades, al mismo tiempo que valora las identidades de clase producto de la acumulación de capital, así como una reflexión sobre los impactos en la estructura de clases que generan las nuevas formas de producción apoyadas en el conocimiento.
5.- Esto es lo que se perfila en la obra de los neomarxistas Fredic Jameson y David Harvey quienes, articulando de manera adecuada economía y cultura –particularmente el ámbito estético– y las consecuencias en la percepción espaciotemporal y el diseño y uso del espacio, orientan sobre una nueva forma de abordar tanto los aspectos económicos como los culturales. Particularmente ha sido Harvey el que, en una de sus últimas obras, ha analizado con más detalle las formas de funcionamiento del capitalismo y el modo de regulación global en relación con el uso del espacio y las nuevas posibilidades de construir un sujeto que, articulando los diferentes niveles entre diferencias de clase, género e identidades culturales, se convierta en un motor impulsor de la transformación del capitalismo.
Lo mismo hace Jameson al enriquecer su deslumbrante análisis de la estética posmoderna con el análisis de la globalización hecho por Giovanni Arrighi (1996), quien a su vez, articula espléndidamente el análisis de Braudel sobre la larga duración con el planteamiento marxista, ubicando la fase actual de la financierización como la última de un ciclo sistémico de acumulación cuyas tendencias se bifurcaran en una dirección de alta incertidumbre.
Al hacerlo, Jameson sigue recuperando el concepto marxista de totalidad y la filosofía de Hegel al manifestar que la globalización permite que se expresen fenómenos a escala global con tendencias contradictorias donde se enfrentan lo local y lo global, lo particular y lo universal, la diferencia y la identidad.
En una línea parecida trabaja Scott Lash quien tiene además el mérito de hacer un penetrante análisis sobre las implicaciones de la llamada «Economía del Conocimiento» y la doble cara de las mercancías en su función instrumental y sígnica propia del capitalismo desorganizado o global. Este análisis lo complementa con su seguimiento de lo que podríamos llamar industria cultural global. Solamente que su análisis no combina la reflexión sobre las relaciones entre economía y cultura que se dan tanto en las sociedades centrales como en las periféricas.
Ahora bien, lo que vuelve bastante penetrante y completa la visión de Lash es la inclusión de lo que, siguiendo a Giddens, llama reflexividad estética y hermenéutica.
Esto podemos explicarlo así: El predominio de la comunicación mediante imágenes favorece la dimensión emotiva y afectiva antes que la cognitiva,
-utilizada sobre todo en la publicidad comercial– dando lugar a lo que concibe como una «esfera pública figural» que altera las presuposiciones de Habermas (1998) sobre dicho concepto ya que este basa su idea de la esfera pública a partir del predominio de lo argumental y, por lo tanto, por lo cognitivo antes que por lo mimético-figural.
6.- Se puede sostener la tentativa de explicar las relaciones entre Globalización y Cultura como producto del ensanchamiento de la lógica de la acumulación del capital en su etapa financiera en conjunción con el encuentro de múltiples racionalidades y culturas.
En esa perspectiva, la prospectiva realizada por Marx se habría mostrado superior a la de Weber ya que, mientras la lógica de la acumulación se ha extendido globalmente, el racionalismo occidental y la ética protestante se ven acotadas o fundidas con el confucianismo, el islam o el shintoismo, religiones todas ellas compatibles con el capitalismo que las subordina a su lógica.
Utilizando los conceptos de Habermas presentados en su teoría de la Acción Comunicativa(1987), podemos decir que el sistema económico globalizado ha impuesto su dinámica inclusive al sistema político en la medida que el medio dinero (que aquí seguimos utilizando como una expresión del funcionamiento de la ley del valor) (17) opera de manera mucho más abstracta y veloz, convirtiéndose así en el medio que impone el ritmo de las transformaciones en las relaciones espacio temporales. La capacidad que posee el dinero como medio abstracto, universalizante y homogeneizante de atravesar espacios y culturas le hace superar las capacidades del medio poder ya que este, por definición, debe quedar anclado en espacios localizados que, cuando trascienden el estado-nación, constituyen a lo más imperios apoyados en el control militar que pueden ser utilizados excepcionalmente pero que de ninguna manera pueden constituir una matriz hegemónica de dominación global.
De esta manera el sistema económico global coloniza la pluralidad de los mundos de vida y se superpone a la acción comunicativa emprendida lingüísticamente o, por los medios electrónicos conectados también globalmente, debido a que impone su dinámica aún a los subsistemas que debieran ser más autónomos como el propio subsistema científico.
La reflexividad hermenéutica de que acertadamente habla Scott Lash referida al intercambio comunicativo entre diversas comunidades sólo podría poner freno a los imperativos del mercado y la acumulación si a su vez se apoya en una reflexividad cognitiva capaz de develar esta colonización de la cultura y los mundos de la vida por el sistema económico.
Esto implica operar –como sugiere Jameson– una transcodificación en la que los códigos estéticos y culturales puedan ser interpretados en relación con el código que rige al capitalismo en la era del modo de regulación global valiéndose para ello ya sea de las cartografías cognitivas que propone Jameson o de un materialismo histórico geográfico de acuerdo con Harvey. En el lenguaje de Lash y Urry, se tendrían que analizar las correspondencias y diferencias entre el régimen de acumulación y los regímenes de significación que son variados, incluyendo las diferencias entre las sociedades posmodernas y las tradicionales.
A este fenómeno holístico complejo e histórico que es el capitalismo global sólo puede hacer frente una pluralidad de sujetos que articulen las demandas por más bienestar, recuperación de la biodiversidad, equidad de género y democracia política en una estrategia unitaria cuyo diseño, por supuesto, requerirá de un gran derroche de energía y tolerancia para construir un nuevo modelo de configuración del orden mundial.
Un modelo explicativo que recurra al paradigma del pensamiento complejo para explicar y comprender la globalización podría integrar de manera coherente la idea de sistemas históricos que articulan en un todo complejo estructurado distintas temporalidades (la larga duración, la corta duración y el acontecimiento) con la idea de sistemas desarrollada por el pensamiento complejo donde los actores, a través de múltiples formas de significación y la construcción de mundos de vida, pueden desconectar la colonización del mundo de vida por los sistemas, retomando la idea de «conciencia genérica» de Lucaks (1978) como conciencia de la especie que puede abrir paso a nuevas creaciones y a la objetivación de nuevos imaginarios sociales.
Es decir, se requiere recuperar la constitución ontológica de la sociedad como un espacio donde cabe la creación, la constitución de nuevos mundos ya que la sociedad no es únicamente un sistema que se autorreproduce maquínicamente, para usar un término construido por Felix Guattari (1994), sino un lugar en el que hay capacidad de objetivar nuevas formas societales, nuevas redes de sentido, nuevas ontologías y cosmologías, cuyo espacio de definición es el sentido y la política. En este esquema, cabe también el planteamiento que hiciera Cornelius Castoriadis acerca de la sociedad como producto de la praxis instituyente que, a través de la creación de significaciones imaginario-sociales, genera un orden instituido ontológicamente, haciendo posible así la superación de la lógica conjuntista-identitaria propia de la matemática contemporánea que se extiende al campo de todas las prácticas científicas.
Esta tentativa remite por supuesto a un basto Programa de Investigación que articule diversas tradiciones teóricas y una inmensa masa de investigación empírica, base sin la cual, difícilmente puede ser abordado un estudio desde el paradigma de los sistemas complejos e históricos.
Asimismo se requiere situar este programa de investigación colectiva reconstruyendo las mejores tradiciones teóricas del occidente desarrollado moderno y posmoderno para insertarlas en un proyecto civilizatorio democrático, dialógico e igualitario que recoja las mejores tradiciones comunitarias, de amor por la naturaleza y solidarias que se han dado en América Latina y otras partes del planeta.
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Notas
1) Sociólogo. Profesor de la Facultad de Sociología en la Universidad Veracruzana.
2) Vease Por ejemplo, entre algunos de los estudios más serios sobre las implicaciones monetarias y financieras de la globalización el de Erik Swingedow. Producing Futures. Global Finance as a Geographical Project. en: William Leecer And Peter Daniels. The Global Economy in Transition. Edit.Longman. Edinburgh. 1996. pp. También, Andrew Leyshon. Dissolving Difference: Money Dissembeding. And the Creatión of Global Finance Space. En Ibid. Pp. 61-133
3) Desde la perspectiva del discurso de la Administración de las Empresas Globales vease Peter. F. Drucker. La Sociedad Post Capitalista. Edit. Diana. 1996.
4) Paul Hirst y Graham Thompson. Globalization In Question. Polity Press. Cambridge. 1996
5) Ricardo Petrella. «La Mundialisation et le Technologie et de Léconomie. Revista Futuribles. No. 135. pp. 35-48
6) Para una diferencia teórica sobre los conceptos de Mundialización y Globalización ver: Chesnais. (1996. Pp. 233-270). Este autor establece una continuidad teórica con la obra de Christian Palloix quien anteriormente había trabajado sobre «La Internacionalización del Capital.» En ibid.1977.Edit. Siglo XXI. Vease Tambien: John Borrego. (1998). Tambien . Zaki Laidi: (1997) Según Borrego: «El próximo paradigma de Hegemonía estará compuesto por formas sociales globales integradas con un sistema altamente disperso y cernido de sistemas regionales y locales de producción que alimentarán el mercado global. Esta formación es la esencia de la forma global que sustituye las formas nacionales hegemónicas».
7) En esta perspectiva se inscribe la obra de Herbert Schiller.The Global Information Highway.: Project for an Ingobernable World. En Brook y Boal (Comps). Resisting the Virtual Life. 1995. Pp. 17-33 Edward Said: (1994).
8) Existen interpretaciones del fenómeno de la globalización que tratan de explicarlo como producto de los cambios tecnológicos. Vease: Michael Talalay, Chris Farrands y Roger Tooze. (1997)
9) Véase Ulrich Beck. (1999 y 2000)
10) Jhon Tomlison. Globalización Y Cultura. Oxford University Press. Londres. 2001
11) Ibid. Pp. 22
12) Ibid Pp. 23.
13) Malcom Waters. (1995)
14) Mike Featherstone. (2001)
15) Georges Ritzer. (1996)
16) Vease. Renato Rosaldo. Ciudadanía Cultural en san José California. Incluido en: De lo Local a lo Global. Perspectivas desde la Antropología. Ed. U.A. M. 1994. Pp. 103-126
17) El mantenimiento de la utilidad de La ley del Valor aún en una economía con trabajo plenamente automatizado lo argumenta de manera interesante Amin en (1998)